Lorenzo Brown, el capricho de Scariolo
La nacionalización exprés de Lorenzo Brown habla de los dislates que la fiebre deportiva puede provocar. La urgencia circunstancial de reforzar una posición débil a juicio del seleccionador para el inminente Europeo de baloncesto ha llevado las cosas a un punto vergonzante. Cartas de Naturaleza para jugar en alguna selección han sido relativamente frecuentes. La primera, que yo recuerde, fue la de Kubala, en los lejanos años cincuenta. Pero en todos los casos anteriores hubo un hilo del que tirar: residencia, ascendencia… En este caso, nada de nada. Se trata de una arbitrariedad que habla de país barato.
Hay agravantes, y no es demagogia recordarlos. Hay muchos cientos de miles de casos de inmigrantes que trabajan aquí, los más procedentes de países latinoamericanos con los que hay un convenio de preferencia a los dos años de estancia entre nosotros, entre ellos algún conspicuo como Vinicius, lo que suma al Madrid al ejército de agraviados. Y están todos los posibles ocupantes de esa plaza en el equipo, despreciados con agravante de desagradecimiento porque se han batido (y se baten) en las dichosas Ventanas consiguiendo clasificaciones en ausencia de los mejores, bloqueados en sus clubes.
Lorenzo Brown no es español ni pensó nunca en serlo. No llegó en una patera, que ya supone una aspiración a respetar, ni ha estado aquí más que de paso para jugar algún partido europeo. Va a jurar la Constitución en Atlanta y se incorporará al grupo después, ya para el Europeo. Un capricho de Scariolo que Garbajosa elevó a instancias superiores y que ha recorrido a velocidad supersónica una escala de trámites hasta ser firmado por la ministra de Justicia. La Selección tiene un jugador más, pero la sensación de agravio comparativo y de inconsecuencia de las autoridades provoca un doloroso bochorno.
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