Kroos se fue como jugó, con sobria elegancia

No recuerdo haber visto una despedida mejor. Y eso que tiempo atrás a los grandes jugadores, los que habían jugado al menos diez años en el club, se les ofrecía un partido de homenaje, en el que la taquilla hacía el papel de última gratificación. La abrumadora ocupación del calendario oficial hizo que esos partidos volaran. Eran despedidas cargadas de emotividad, en las que el homenajeado jugaba unos minutos y escogía el momento de pedir el relevo, pasando el testigo al nuevo titular con el número que él portó. Una especie de alternativa taurina. Un bello ritual emotivo. Pero lo de ayer me resultó más pleno, más espontáneo.

Kroos se fue como jugó, se despidió de su estadio con esa misma sobria elegancia con que ha repartido el juego entre sus compañeros durante todo este tiempo. Querido por todos, emocionado pero feliz, sin quebrarse, porque ha madurado mucho su decisión y aún le quedan dos golosinas que disfrutar, el sábado próximo en Wembley y más allá la Eurocopa, que será su despedida definitiva. La suya es una decisión que rompe la norma, estamos acostumbrados a que los jugadores alarguen lo más posible su carrera, aunque sea bajando a un fútbol menor. Él prefiere que le recuerden, y recordarse, en todo lo alto, como está ahora mismo.

Fue el hermoso epílogo a un partido con poca sustancia, porque Madrid y Betis tenían de antemano alcanzados sus objetivos. Para ambos valía eso de que es difícil hacer la guerra después de haberla ganado. El Madrid lo tomó como una sesión de descanso activo, el Betis, con muchísimas ausencias, intentó sus cosas, tuvo las mejores ocasiones, pero no fue agresivo. Un partido ligero, que nos deja a la espera de la final del sábado en Wembley y nos deja también la pena de una ausencia que duele, tanto por el admirable talante del hombre que se va como por la magnitud del hueco que deja. En fin, fue bonito mientras duró, pero todo acaba.