Ferrer, espejo de deportistas

Hay deportistas que perviven en el palmarés sin dejar huella en el corazón. Y hay otros que tienen un hueco eterno en el corazón aunque su nombre no figure entre los elegidos. Raymond Poulidor nunca ganó el Tour aunque pisó ocho veces el podio. Tuvo que convivir con Eddy Merckx y Jacques Anquetil, y para Francia ‘Pou Pou’ es un dios. Henry Cooper tampoco pudo con Muhammad Ali ni fue campeón del mundo, pero para los ingleses fue ‘Our Henry’ (nuestro Henry). Ferrer, aunque ganó 27 títulos, se quedó en el casi en Roland Garros, Montecarlo, Roma, Miami, Cincinnati o el Masters, donde pisó las finales. Su penitencia ha sido coincidir con los tres monstruos que dirimen quién será el mejor de la historia: Federer, Nadal y Djokovic.

David se mereció disfrutar de un ‘grande’ o más como Bruguera, Ferrero, Costa o Moyá. A él no le da igual (“me faltó ganar un Grand Slam"), y al aficionado tampoco. A cambio, se lleva un cariño inmenso y la condición de espejo de compañeros, algo a lo que se aspira en cualquier profesión. De jovencito, dijo que quería dejar el tenis y su padre le mandó una semana de albañil a una obra. Volvió. Mejor la raqueta que la paleta. Desde entonces, su carácter se forjó en hierro. Sabía que su victoria pasaba por hacer sufrir al rival. Por no dar una bola por perdida (Feliciano y Verdasco le llamaban ‘El ventilador’ porque todo lo devolvía con sus aspas). Su tenis se acorazó dentro de la pista, pero fuera nunca perdió la educación y se ganó a todos por su entrega. Se va el guerrero. Nos queda un buen tipo. Gracias, Ferru. 

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