El ciclista francés fue el dominador de la carretera, sin embargo su compatriota era el más querido por los seguidores galos por su forma de correr
El 18 de noviembre se cumplen años del fallecimiento de Jacques Anquetil (Mont Saint Aignan, 8-1-1934- Ruan, 18-11-1987), ciclista profesional entre 1953 y 1969, período en el que se coronó como el primer hombre en lograr ser pentacampeón del Tour de Francia y el primer ciclista en lograr la triple corona (Vuelta, Giro y Tour). Mucho se ha escrito sobre su gran clase encima de la bicicleta y tanto o más sobre su vida fuera de las carreteras.
‘Monsieur crono’, uno de los muchos sobrenombres por los que se conoce a Anquetil, era hijo de un agricultor normando. Empezó a montar en bicicleta siendo un crío, en su pueblo. Un compañero del colegio le retó a correr 100 kilómetros. No ganó, según reconoció el propio Anquetil, pero le picó el gusanillo. A los 17 años se apuntó a un club ciclista local que regalaba una bicicleta a quien ganara cuatro carreras. Y Anquetil tuvo bici. “Te doy permiso para ser ciclista si consigues ganar suficiente dinero. De lo contrario, tendrás que volver a recoger fresas conmigo”, cuentan que le dijo su padre al joven Jacques cuando, en 1952, con apenas 18 años, fichó por un equipo amateur francés. Las excelentes condiciones físicas de Anquetil (“es un superdotado”, se lee en crónicas de la época), unidas a la advertencia de su progenitor, hicieron que pronto, casi de manera inmediata, comenzaran sus triunfos. Ese mismo año se impuso en la modalidad amateur del Campeonato de Normandía y en el de Francia. Además, logró la medalla de bronce en la prueba de ruta por equipos, en los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952. Las fresas y las granjas pasaban a mejor vida.
Pero cuando realmente empezó a fraguarse la grandeza de Anquetil fue en el Gran Premio de las Naciones, considerado el Campeonato del Mundo contrarreloj de la época. Una crono atípica, porque en la década de los 50 sus recorridos podían llegar a los 140 kilómetros. Fue aquí donde se empezó a forjar la leyenda de ‘Monsieur crono’ y su carácter ganador.
Se inscribió por primera vez en esta prueba profesional en el año 1953, bajo la dirección de Francis Pelissier, un tipo arrogante y sarcástico, según cuentan los cronistas de aquellos años. Los aficionados al ciclismo se frotaban las manos por el duelo entre la nueva promesa francesa y el suizo Hugo Koblet, primer ciclista no italiano en ganar el Giro de Italia y quien ostentaba el récord de la prueba. Anquetil también esperaba con impaciencia la cita, para demostrar a Pelissier y al mundo de lo que era capaz. Pero, en la víspera, Jacques se enteró de que Pelissier no le acompañaría a él, sino que iría dirigiendo al suizo: “Veo que usted no confía en mí. Prefiere seguir a Koblet, al que cree ganador. Bien…”. Nadie hasta entonces se había atrevido a hablar así a Pelissier, y menos un joven debutante. Anquetil mostró así su carácter y confianza en sí mismo. Y al día siguiente fue su clase la que apareció. Koblet no acabó ni entre los tres primeros y Anquetil pulverizó a todos sus rivales, sacando más de seis minutos al segundo clasificado y superando el récord de Koblet por 35 segundos. Sumaría nueve triunfos en total (1953, 1954, 1955, 1956, 1957, 1958, 1961, 1965, 1966), inscribiendo con letras de oro su nombre en el palmarés de la mítica prueba.
Sus éxitos no pasaron inadvertidos y en 1957 el seleccionador francés, Marcel Bidot, apostó por un joven Anquetil (23 años) para disputar por primera vez el Tour de Francia. A pesar de los ataques del italiano Nencini en los Pirineos, Anquetil llegó líder a París, en su debut en la ronda gala. No repitió triunfo en Francia (ganó el Giro en 1960) hasta 1961. Jacques volvió a aguantar en la montaña para sentenciar en la contrarreloj. En la siguiente edición, la de 1962, fue cuando Anquetil se convirtió en el auténtico jefe del pelotón. Los líderes de la prueba se iban sucediendo y Jacques, frío y calculador, el hombre que no descomponía el gesto para no dar pistas a los rivales, esperaba su momento: sentenció en la contrarreloj Bourgoin-Lyon, de 68 kilómetros. Fue el mejor del momento, pero no ocupó el corazón de los franceses. La culpa la tuvo Raymond Poulidor, al que los triunfos de Anquetil le condenaron a ser el “eterno segundón”.
Los aficionados recriminaban a ‘Monsieur crono’ que se conformara con ganar al milímetro, que no fuera amigo de la hazaña ni de la fogosidad de la que hacía gala Poulidor. “Yo siempre respeté al público. Pero, ¿para qué iba a prodigarme en esfuerzos inútiles cuando tenía la victoria asegurada? No se puede derrochar energía innecesaria, nunca sabes cuando la vas a necesitar”, se justificó años más tarde Anquetil, quien además sentenció: “No se puede decir de quien ha ganado cinco Tours, dos Giros y una Vuelta que no es escalador”. Esta afirmación sobre sus dotes, cuando la carretera picaba para arriba, confirma lo que ocurrió en la edición de 1963, en la que Anquetil volvió a imponerse. Ganó una etapa en los Pirineos y se vistió de amarillo en Los Alpes, en la etapa 17, en Chamonix. Ese día, Poulidor, todo corazón e impulso, atacó sin éxito: se desfondó. Anquetil se quedó sólo con Bahamontes, al que derrotó en la línea de meta. Dos días más tarde, sentenció su cuarto Tour. “Aquel día de Bahamontes sí que corrí a tope y di el todo por el todo. Sé que sólo me esforzaba cuando era necesario”, reconoció.
En 1964 llegó su quinto y último Tour. Toda la Francia ciclista esperaba el ansiado duelo Anquetil-Poulidor. Jacques llegaba como vencedor de su segundo Giro. Raymond, de su única victoria en una grande, la Vuelta de ese año, y con el apoyo de todos los aficionados. Duelo servido. Etapa 14: Poulidor atacó, una vez más, a base de corazón. En la cima del Envalira ‘Pou Pou’ aventajó en cuatro minutos al gran campeón, a quien visitó el hombre del mazo. Existen dos teorías acerca de aquella pájara. Una asegura que Anquetil disfrutó la noche anterior, durante una jornada de descanso en Andorra, de un gran banquete de carne asada regada con una competición de beber sangría. “Para ser bueno en la bicicleta, hay que ser bueno en la mesa y alegre en la vida”, decía Anquetil para defenderse de los ataques a su desordenada vida. La otra teoría acerca de su desfallecimiento en el Envalira asegura que el francés estaba preocupado porque un mago había escrito que fallecería en el transcurso de esa etapa. Raphael Geminiani, director de Anquetil por entonces, cuenta en sus memorias que ese día le gritó desde el coche: “Jacques, si vas morir, muérete ya, pero no lo hagas justo delante del coche escoba”. Fuera cual fuera la causa de la pájara, el entonces cuatro veces ganador del Tour se recompuso y, tras una persecución de 100 kilómetros, cazó a Poulidor. Raymond, colmo de la mala suerte, pinchó y, al reemprender la marcha, se cayó. Anquetil llegó a Toulouse con un minuto de ventaja.
Para la etapa 20 quedaría el duelo de Puy de Dome, día que dejó la estampa de Poulidor y Anquetil ascendiendo hombro con hombro hacia la cima. “Jacques, no te pongas detrás de él que quedas expuesto a sus ataques. Ponte a su lado, que te vea, que te huela, que mire tu máscara y no vea nada” le gritaba Geminiani desde el coche. A pesar de las indicaciones de su director, Poulidor llegó a la cima con ventaja de cuarenta y dos segundos, pero no logró el maillot amarillo por catorce. Quinto Tour para Anquetil, el ‘mal querido’ como se le conoció en Francia. Y otra vez escuchando silbidos en su entrada al Parque de los Príncipes. Unos pitos que le llevaron a poner a su barco el nombre de ‘Silbidos 59’. “¿Por qué me silban a mí y no a mis rivales, que no han corrido lo suficiente?”.
Anquetil, que nunca más ganó el Tour, y mucho menos el corazón de los franceses, no parecía entenderlo. Era la contraposición a Poulidor: seco, frío, distante, calculador. Y sólo se esforzaba “cuando era necesario”. “El ganaba carreras, yo aplausos”, dijo Poulidor.
Ambos ciclistas llegaron a enfrentarse y distanciarse. Anquetil llegó a acusar a Poulidor, en la París-Niza de 1966, de “quejica”, y éste contestó que le costaría perdonar aquellas palabras. Costó unos tres lustros, “Raymond y yo hemos perdido quince años de amistad”, llegó a decir Anquetil, mientras que su enemigo en la carretera aseguraba que “Jacques tenía un corazón enorme”. Un corazón enorme y un estómago aquejado de cáncer, que finalmente se lo llevó por delante. Antes de morir, llamó a su amigo ‘Pou Pou’ para decirle: “En el Puy de Dome me hiciste sufrir; pues ahora vivo en Puy Dome a cada hora. Pero hasta en esto te voy a ganar. Me voy a morir antes que tú”.
El 18 de noviembre de 1987 falleció Anquetil, dejando detrás un palmarés envidiable, una sombra de dopaje (se negó a pasar un control tras batir el récord de la hora) y una historia de bigamia. Se casó con Nanou, la mujer de su médico, quien ya tenía dos hijos: Annie y Alain. Nanou no podía dar descendencia a Jacques por una ligadura de trompas. Los deseos del campeón por tener hijos propios llevaron a Nanou a pedirle a Annie, su hija e hijastra de Anquetil, que le diera un hijo a Jacques. Nació Sophie, quien lo detalla todo en su libro. Además, Anquetil tuvo otro hijo, Christopher, con Dominique, la esposa de Alain, el otro hijo de Nanou. “Vivíamos en una dulce locura que no molestaba a nadie”, afirma Sophie en su libro ‘Por el amor de Jacques’. Pero esto es otra historia.