Esos equipos hechos de prosa

El reloj marcaba las diez de la noche del 23 de agosto de 1923 cuando arrancó la primera Asamblea General del Real Club Celta de Vigo. Con la luna asomando por la ventana del despacho, unos y otros estrecharon manos y completaron la fusión del Real Vigo Sporting Club y el Real Club Fortuna de Vigo, dos de los equipos más potentes de Vigo. Así que este 2023 el Celta está de aniversario: entra en la estrecha lista de equipos españoles que han superado sus cien años de historia.

Resulta sencilla imaginar la entrada en el año de un centenario de un equipo con flores doradas cayendo del cielo a la salida del túnel de vestuarios y querubines soplando trompetas desde la grada. El Celta, sin embargo, entró en el año de su centenario perdiendo contra el Espanyol en dieciseisavos de Copa y aniquilando su única opción de conseguir el ansiado título. Y, para más inri, con un defensa jugando los minutos finales como portero por la expulsión del guardameta. Poético no ha sido, desde luego. Pero es que hay equipos que no están hechos de poesía, sino de prosa desnuda, cruda, a menudo cruel.

Somos una especie curiosa los aficionados al fútbol, a nadie le perdonaríamos lo que le perdonamos a nuestro equipo. Los del Celta llevamos cien años sentados en un estadio con frecuente atmósfera de velatorio; cien años manteniendo lealtad a un equipo que siempre encuentra nuevas e ingeniosas formas de desesperarnos –no tanto de terminar con nuestra paciencia-. Porque ahí están nuestras raíces, nuestra memoria sentimental, nuestra identidad.

La naturaleza seductora de la decepción puede camuflar lo complejo que es mantener la viabilidad de un club durante cien años. Hubiese sido bellísimo conseguir la Copa del Rey –o al menos llegar a la final– el año del centenario. Se hubiesen escrito crónicas edulcoradas sobre el poder de los números y el peso de la historia. Quizás se habría levantado una estatua ecuestre con el cuerpo de Iago Aspas en alguna rotonda de Vigo. Pero, bien pensado, no hubiese sido nada propio del Celta. Al Celta le pega más conseguir el título en su año 101 solo por llevarle la contraria a la pomposidad, como ocurre con todos esos equipos hechos de más prosa que poesía.

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