Deporte sin salud
El deporte siempre se ha relacionado estrechamente con la salud. ‘Mens sana in corpore sano’, decían los clásicos hace casi dos mil años. Puede sonar a obviedad, a simpleza, a perogrullada… No crean. La conexión entre deporte y salud no siempre está tan clara. Y menos en el deporte profesional, donde se llevan los cuerpos al rendimiento extremo. En las últimas fechas hemos vivido los casos de tres iconos del deporte español, cuyos problemas físicos pueden estar vinculados, directa o indirectamente, con sus actividades. Me refiero a Rafa Nadal, Marc Márquez y Pablo Laso. Tenis, motociclismo y baloncesto. Tres disciplinas, aparentemente, muy distintas entre sí, pero con una enorme exigencia detrás. Tres personas que, de una manera u otra, luchan por mantener el pulso en la élite.
Nadal acaba de conquistar su 14º Roland Garros, que también es su 22º Grand Slam. Una gesta que le sitúa entre los más grandes de la historia. La paradoja es que este currículo lo ha forjado con una enfermedad degenerativa en un pie: el síndrome de Müller-Weiss. Con el paso de los años, el mal ha crecido hasta el punto de dejarle cojo. Literalmente. Rafa ha tenido que inyectarse anestesia a diario para competir, lo que tampoco parece muy saludable. Y mientras valora una alternativa, porque aún se siente competitivo raqueta en mano, también comienza a abrumarse por su futuro en su vida cotidiana. Otro que busca una nueva oportunidad es Marc Márquez, operado del hombro por cuarta vez. El origen de su problema estuvo en una caída en carrera, algo habitual sobre una moto. Un deporte de riesgo. El caso de Laso es radicalmente diferente. Este martes regresó a casa, tres días después de sufrir un infarto. Su intención es seguir al frente del Real Madrid, aunque su temperamental forma de dirigir el equipo choca con su cuadro médico. Los tres pelean por retomar el camino. Con la salud tocada.
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