Baraja tiene el don de habitar en la frontera
El Valencia visita a su dentista. Nunca ha ganado al Atlético desde que se mudó del Calderón ni jamás ha regresado de Madrid con los tres puntos en su casillero desde que el Cholo Simeone es el inquilino del banquillo rojiblanco, que va para 12 años. Es decir, desde el 12 de febrero de 2011, con goles de Joaquín y Unai Emery dando las órdenes, ninguno de los 16 entrenadores que ha tenido el Valencia en la era Simeone ha logrado ganarle allí. Cuatro empates y gracias.
Lo de Simeone, aún siendo un rara avis en el fútbol, es un caso que se ha querido copiar varias veces en Valencia quizás antes de tiempo. El cartel de ‘nuestro Simeone’ se le quiso poner a Pellegrino, a Djukic y hasta Gattuso soñó con poder serlo. A Rubén Baraja, curiosamente, nunca se le ha visto así, desde luego no cuando llegó hace poco más de un año. Al contrario, entonces muchos dudaban de su capacidad para sacar al Valencia del atolladero en el que estaba.
Baraja, sin embargo, se ha ganado que a una generación se le vaya a recordar por su apodo: La Quinta del Pipo. Baraja está devolviéndole al Valencia un gen competitivo perdido y no solo en el césped. Baraja centra su energía en sacar rendimiento a los que tiene, que le devuelven su confianza con su entrega. Sus virtudes son la exigencia en el día a día y alejarse de manidas excusas, también saber habitar en su discurso en la frontera de ser leyenda y trabajar para Peter Lim.
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