Martirio, caridad y verano

Para los pericos la tentación del fracaso es muy grande. Y el peso del cristianismo, casi sin percibirlo, todavía más. Es difícil despojarse del martirio cuando ha servido de escudo de supervivencia durante tantos años. Es difícil despojarse y disfrutar. Hay algo de pirómano. De masoca. Gusta ver arder. Sentir el dolor. Y el goce siempre acaba derivando en culpa. Perder glorifica tanto, dota de tanta honestidad, de tanta pureza, que ganar se convierte en una falta de respeto. Y ganar perdiendo, como este domingo, es pecado capital.

El Espanyol es campeón de Segunda y lo ha conseguido sumando cinco de los últimos quince puntos. El equipo se ha dejado ir, en un estado de resaca primaveral. Y he visto a gente casi tan avergonzada como cuando descendimos. Algunos aficionados pericos se pasan la vida fardando de ser diferentes y luego pretenden ganar una liga como un campeón cualquiera. Y no. Por ahí he leído que Valle-Inclán sería un buen tuitero y a él me remito: “Lo mejor de la santidad son las tentaciones”. Y dejarse llevar vendría a ser una de ellas. Hace tiempo un amigo sabio y raro me dijo que la vida consistía en aprender a dejar ir. Le doy la razón y añado un -se: la vida también consiste en aprender a dejarse ir.

Los campeones, en círculo el domingo en Alcorcón.RCDE

Luego, como si no tuviéramos suficiente con nuestras penas y glorias y complejos, aún tenemos que pedir perdón por descensos ajenos. Que bien podría sentarle a uno mal y pedir caridad y luego perdón por cuenta propia. Pero he leído, desde ambos lados de Collserola, a quienes lo exigen. Y recuerdo esta otra frase: es atractivo quien no cree que el mundo le debe nada.

Durante el partido pensé que si se escapaba el título escribiría de lo líquido y casi burbujeante que es todo. Que antes ganar el Carranza en verano era motivo de orgullo y el domingo parecía que tanto daba ganar una liga, aunque fuese de Segunda. Hay tantos partidos, tantos torneos, tantos traspasos y tantas opiniones que es fácil desistir. Y en mi caso, desisto, pero con la tranquilidad de llegar al verano con los objetivos cumplidos y, esta vez sí, volver a la infancia, a cuando los veranos eran veranos y no unas meras vacaciones. Porque el otoño siempre llega.

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