Terapia de números

Paseaba a los perros por el monte y unos niños se pararon a acariciarlos. Uno me preguntó la edad del más grande y le dije doce. Entonces quiso saber la teórica edad humana del perro y preguntó cuánto eran doce por siete. Me quedé blanco, disimulé y empecé a hacer la de si siete por diez son setenta, y siete por dos catorce… “¡Ochenta y cuatro!”, gritó el niño antes que yo. Las matemáticas son mi némesis. Y aun así, hay pocas cosas que me consuelen más que los números cuando partidos como el del domingo me recuerdan que lo de jugar en Segunda es el infierno.

En septiembre mi primo Miguel hizo sus cálculos y el resultado fue que para subir se necesitan ochenta puntos, lo que supone un total de veinticuatro victorias más los empates que ya se asumen. No me he parado a comprobar si esto es así. Y no solo por vago, que también, sino porque si confiaba en que tres hombres entraran a casa de madrugada para dejar regalos a cambio de comerse mis galletas, cómo no iba a acogerme a una media matemática tan aparentemente sólida. Cuando el Espanyol acaba siempre espero el mensaje de Miguel. Porque lo envía siempre, de forma casi mecánica, como un móvil que te avisa de cuántos pasos te faltan por caminar: “Quedan 11 victorias de las 24 que estadísticamente son necesarias para ascender. A falta de 22 jornadas por jugarse”.

Keidi Bare.Carlos Diaz-Recio

Aceptar las contradicciones ayuda a vivir tranquilo. Los reyes magos, por ejemplo, eran eso, magos, es decir, habrían sido herejes. Son de lo más pop del catolicismo y reúnen alquimia y astrología. El fútbol, por su parte, siempre será una mezcla del genio humano, de las inspiraciones, de los rebotes, del instinto, de los errores, de las pasiones, de si el nueve se va en invierno o de si el entrenador aguanta la presión. Todo volátil, todo incontrolable; como a mí me gusta. Pero a falta del calor de lo humano me reconforta pensar en lo más frío: pensar en estadísticas y números.

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