Los ‘arbolitos’ no dan sombra; el dinosaurio sí

Hay tres faroles que cuelgan sobre la actualidad informativa argentina: las inundaciones en el Litoral, el triple crimen de General Rodríguez y la cotización del dólar. “Los estamos buscando puerta por puerta, sin descanso”, afirman las fuerzas de seguridad respecto a los culpables. Asunto turbio que salpica al Gran Buenos Aires. Allí está Tecnópolis, el hogar de la familia dakariana estos días. Te recibe un dinosaurio. En este parque jurásico no está Spielberg, pero sí Lavigne, que ejerce de director con la camisa más blanca de lo que se la podremos ver las dos próximas semanas. Las lavadoras no corren el Dakar.

Una veinteañera, con piercings en nariz y oreja, tatuada por ella y por mí, me dice que “no aprieta el calor”. Pero yo lo noto, será que los europeos aún no nos hemos quitado el frío. Se buscan las sombras. Un árbol. Los arbolitos (tipos que ofrecen divisa ilegal) quedan para la calle Florida. “Cambio, cambio”, te susurran. Arbolitos... Lo que en el Dakar necesitamos son árboles. También Edward Barbier, piloto sudafricano al que su Yamaha le falló en el enlace hasta la primera especial. Nada más arrancar. Susto. Tiro al palo. Arregló la avería y acabó. Y buscó la sombra.

Dicciodiario: Trucho. Falso. A las afueras de Tecnópolis, con los coches rodando hacia la salida, alguno trataba de hacer su agosto (que aquí es su enero, verano austral). Vendía remeras (camisetas) truchas (falsas) del Dakar, con el tuareg del logo algo escuchimizado y las letras chatas. Y fin a los paréntesis.

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