Esta blanca palidez

El pase. Ese pase de Dani Alves ya debe formar parte de la antología de los peores momentos del Barcelona; no fue sólo un mal pase, sino que fue un pase hecho por un muchacho que estaba pensando en otra cosa, en otro partido, quizá en un entrenamiento. Dejó desamparado, hasta la desesperación, al buen portero que es Claudio Bravo, hasta que en la cara de éste se dibujó el espanto. La palidez vino luego.

El balón. El jugador del Málaga estaba destinado a correr sin tino, detrás de un balón que iba a rebotar como los balones nuevos en los recreos de principios de curso. El principiante ahí fue Alves, que no calculó ni la densidad de la jugada ni los efectos que su despiste iba a tener en el largo plazo del partido. Todo lo que sucedió hasta ese mismo instante fue el dibujo de una estupidez, y de ese tenor se quedó la cara de Alves, que pidió disculpas, se atusó la barba excesiva y siguió jugando como si ya fuera un fantasma que perdió el tino.

El gol. La continuación ahora se verá en cámara lenta en los ámbitos de la pesadilla que supone este resultado para un Barça pletórico hasta ayer a las cinco y diez de la tarde. Esa palidez de la que hablo se fue turnando de cara a cara; a Luis Enrique se le calentó el agua en la mano, y Piqué fue subiendo de tono su cabreo barcelonista hasta que él mismo chocó con las redes en la última oportunidad que tuvo el equipo de equilibrar el desastre.

El fracaso. Un fracaso deja siempre, en la cara y en el estómago, el aire de un arrepentimiento. ¿Qué pasó?, ¿qué hizo mal el equipo? Había empezado con una enorme capacidad de penetración, como si estuviera inspirado por el mejor Barça; en el estudio de Carrusel, donde me inspiro cada jornada para saber más de fútbol, hubo respiraciones agitadas por la admiración que suscitaba hasta ese momento el juego barcelonista; esas recuperaciones al estilo Guardiola, esa vitalidad con la que el equipo trabajaba hasta el fin del encuentro, en contraste con la abulia que contagió todas las líneas del equipo en la parte más aciaga de la última temporada. Pero poco a poco se fue destilando esa fe y el resultado global del partido fue más que un fracaso, una vergüenza.

Clima. Nada pasó sino que no pasó otra cosa que indecisión, imprecisión y duda; en ese clima, al Málaga de Javi Gracia no le costó nada impresionar al Barça en las líneas delanteras cuando daba la impresión de que eran los azulgrana los que tomaban el mando. El desastre tuvo el comienzo en ese pase fatídico de Alves, pero el contagio de esa blanca palidez viajó enseguida por barrios que antes parecían poblados de talento: Messi fue superado, Neymar se contagió de la futilidad futbolística de su compatriota, y únicamente Piqué, Pedro y Luis Suárez exhibieron la capacidad de honra que tienen los jugadores cuando navegan en medio de un fracaso. Desde ese fallo, que cuesta más que un tropiezo, nadie funcionó, hasta que la palidez se hizo intensa y habitó en la mente de los jugadores con la imperiosidad de un secante.

Destino. No sirve de nada implorarle al destino que rebobine para que el árbitro acierte, pues el destino de este partido ya está escrito. Lamentar es añadir palidez a esa cara sin rostro que exhibió el Barça ayer tarde. Ahora le queda mirar de reojo a Elche; ahora la palidez es blanca en el terreno azulgrana, pero hoy puede quedarse el rostro lleno de nieve.

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