El Jordan divino y la amenaza del Gordo Barkley
Carismático y con un físico para nada atlético, Charles Barkley tuvo una carrera de leyenda, pero cayó en las Finales de 1993, únicas de su carrera, ante los Bulls.
Un triple de John Paxson y un tapón de Horace Grant. Fueron las dos jugadas que enterraron definitivamente el sueño de los Suns, que caían en las Finales de 1993 ante unos Bulls que certificaban el primer three peat desde 1966, cuando los Celtics de Bill Russell se hicieron con su octavo título consecutivo, el noveno de los once que ganó ese equipo tan histórico como prehistórico y que dominó la NBA como nadie lo ha hecho hasta entonces. Probablemente, los que más cerca estuvieron fueron esos Bulls de Jordan, con sus seis títulos en ocho años, incluidos dos tripletes que provocaron que Pat Riley, creador de una expresión (la del three peat) que patentó y popularizó en los 80, se llevara su parte del pastel cada vez que era utilizada.
El triunfo de los Bulls fue también la derrota de los Suns, probablemente el más fiable de los tres equipos que se habían visto las caras con la eterna (y eternizada) figura de Jordan en las Finales durante los últimos años. Los veteranos Lakers de 1991, ya sin Jabbar y con lesiones importantes durante la serie, o los Blazers de Clyde Drexler y Rick Adelman, no habían generado un favoritismo tan grande antes de la eliminatoria, como tampoco poseían, a priori, las armas necesarias para derrotar a un equipo en vías de confirmar su ya consabida dinastía. Antes de todo eso, Charles Barkley aterrizó en Phoenix en el verano de 1992 a cambio de Jeff Hornacek, Andrew Lang y Tim Perry en un traspaso motivado por la mudanza de la franquicia al centro de la ciudad para jugar en el America West Arena (ahora Talking Stick Resort Arena), un movimiento que vino acompañado de una estrella que llenaría rápidamente las gradas, permitiendo hacer una transición que se transformó en ganancias económicas que además ponían a los Suns en el mapa y les convertía en candidatos.
Ser uno de los equipos que optaba al título no era precisamente algo a lo que los Suns estuvieran acostumbrados. En sus 24 temporadas de existencia, la franquicia acumulaba 10 récords negativos, un tope de 57 victorias en la 1980-81 y las Finales de 1976 ante los Celtics como la ocasión en la que más cerca habían estado en la lucha por el anillo. Eso sí, a pesar de no tener una historia especialmente brillante y ningún título en su vitrina, la entidad venía de una progresión que había tenido, con Cotton Fitzsimmons en el banquillo, una pequeña etapa de relativos éxitos: cuatro participaciones consecutivas en playoffs, todas ellas por encima de las 50 victorias, las dos primeras saldadas con finales del Oeste (derrotas ante Lakers y Blazers) y un bloque prometedor liderado por el talentoso base Kevin Johnson o del pistolero Jeff Hornacek. Las buenas vibraciones de los últimos años, unidas al vacío que los Lakers de Magic habían dejado en el Oeste, provocó que el General Manager Jerry Colanguelo viera una oportunidad y fuera a por ella. Quizá motivado por el postergado cambio de estadio, impulsó el traspaso que llevó a Barkley a Phoenix, deshaciéndose de un ídolo All Star como era Hornacek para la afición y rompiendo con la tradición del mercado pequeño que representaba Arizona, con mucho desierto y poco atractivo para los agentes libres.
No fue el único movimiento que hizo Colanguelo, que ascendió a Paul Westphal, asistente de un Fitsimmons que aceptó un puesto de comentarista del televisión para nada igual de estresante. Westhphal, un hombre con presencia, enérgico, buen comunicador y con preferencia por el juego ofensivo, era una de las pocas viejas glorias con las que contaba la franquicia. Jugó seis temporadas en los Suns entre los 70 y 80 y conocía la idiosincrasia de una ciudad que mezcló las nuevas caras del técnico y Barkley con otras ya conocidas como Johnson y conformando una plantilla que combinaba lo viejo y lo nuevo, contando con Don Marjerle (16,9), Tom Chambers (12,2 puntos por partido en la 1992-93), Danny Ainge (11,8) el problemático Richard Dumas (15,8) o Cedric Ceballos (12,8). Los Suns tenían las piezas suficientes como para considerarse un verdadero aspirante, y los movimientos veraniegos le dieron a Colanguelo su cuarto premio a Ejecutivo del Año (más que nadie) dos temporadas antes de retirarse para dejar paso a su hijo Bryan y poniendo punto y final a una etapa que se había extendido tanto como la vida de la franquicia.
Con Barkley de sostén en pista y la fuerza de Westphal, que llegaba con todas las ganas del mundo, los Suns cuajaron una temporada de 62 victorias (20 derrotas) en el primer año del America West Arena. La llegada del ala-pívot, uno de los mejores juagdores de la competición, catapultó a la franquicia a lo más alto de la NBA, con récord de victorias incluido y un juego versátil, veloz, hasta cierto punto revolucionario, sin un pívot dominante muy frecuente durante esa época y muy atractivo para el espectador. Nadie se aburría viendo a los Suns, que lideraron a la NBA en puntos (113,4), fueron segundos en porcentaje de tiros de campo (49,3%), primeros en porcentaje de tiros de dos (51,6%) y sobre todo, terceros en porcentaje de triples (36,3%), anotando (4,9) y lanzando más (13,4) que cualquier otro equipo de la competición. De hecho, tiraban cinco triples más que los Bulls, sus rivales en las Finales, más centrados en el triángulo ofensivo, el juego al poste y el uso de la zona. Arizona se convirtió en la capital baloncestística de los Estados Unidos, con Charles Barkley elegido MVP en su temporada estreno con su nuevo equipo, con el que se fue a 25,6 puntos, 12,2 rebotes, 5,6 asistencias y 1,6 robos, consiguiendo además 55 dobles-dobles y 6 triples-dobles.
Los Suns llegaron a playoffs como máximos favoritos al anillo y el rival a batir, la máxima amenaza también para esos Bulls que venían de ganar las dos últimas temporadas y con Jordan ya establecido como uno de los mejores jugadores de siempre. Al contrario que los dos últimos años, sobre todo el anterior, Chicago no acaparaba todos los focos, y vio desde el Este como los Suns acababan con los segundos Lakers post Magic en una sufridísima primera ronda de la que ahora hablaremos (3-2 con 27,6 puntos y 14,4 rebotes de Barkley), con San Antonio en semifinales (4-2, con 26+13) y con los Sonics en las finales de Conferencia, ese techo que superaban por primera vez en su carrera. Lo hicieron no sin dificultades, contra esa plantilla liderada por Shawn Kempt y Gary Payton que poseía un estilo propio, tan bien representado por George Karl en los banquillos y que llevó hasta la extenuación a Barkley y compañía. El ala-pívot no estaba cuajando una gran serie y llegó con apenas 22,5 puntos de promedio al séptimo y definitivo duelo, en el que explotó en una de las exhibiciones más memorables de su carrera: 44 puntos, 24 rebotes (10 ofensivos) en el que probablemente sea el partido más importante que jamás ha presenciado la ciudad de Phoenix, uno en el que hasta seis jugadores locales anotaron 10 o más puntos, maniatando el rebote de los míticos (y añorados) Supersonics (46 por 31) y dejando a Kemp en 19 puntos y a Payton... en 9. El resto lo hicieron el impulso de la afición y un arbitraje algo casero: los Suns lanzaron 64 tiros libres, con Barkley y Kenny Johnson (22+9) tirando más desde la línea de personal de forma combinada (38) que la totalidad del equipo de George Karl (36). Algo que no quita, por supuesto, que los Suns fueron justos vencedores y que nadie pudo parar a Barkley, que se comió a Kemp. Pero ahí está el dato.
Los temidos Bulls esperaban en unas Finales que prometían ser históricas. Esa primera camada de equipo campeón, en el que Jordan y Pippen fueron rodeados por John Paxson, Horace Grant o B.J Armstrong, llegaba con la oportunidad de conseguir ese triplete que nadie lograba desde tiempos inmemoriales, y con todo el sainete de periodistas y analistas hablando de tal gesta y de lo buenos que eran los Suns, con un juego tan extraordinario que levantaba la simpatía de todos los aficionados en constraste con un triángulo ofensivo que para muchos empezaba a ser repetitivo. Y claro, estaba el duelo entre Barkley y Jordan, con el ala-pívot llegando a la cita un año después de conquistar con su por entonces amigo el oro olímpico en Barcelona, en ese Dream Team para la historia del que nadie se acordaría en esa eliminatoria, que lo acapararía todo. Dos hombres a los que la prensa quería enfrentar, personalizando el duelo como antes habían hecho con Magic y Drexler pero con la sensación, muy evidente en temporada regular y ligeramente menguada en unos playoffs en los que los Suns se las vieron y se las desearon, de que Barkley y compañía eran favoritos. Eso sí, en lo que todos coincidían era en que el ala-pívot estaba ante su gran oportunidad. Y las oportunidades, ya se sabe en una NBA que no espera a nadie, hay que aprovecharlas.
La leyenda de Charles Barkley, ‘El Gordo’
El físico de Charles Barkley fue lo que marcó su carrera. Es complicado pararse a analizar desde otro prisma la historia de un hombre carismático pero también poseedor de un complicado carácter que le ha hecho granjearse más de un enemigo (mejor ni hablamos de Draymond Green), sobre todo en su etapa como ex jugador y analista de la TNT. En su infancia, Barkley se caracterizó por ser un chico bromista y afable, pero siempre acomplejado por su peso, mayor que la media, y una altura escasa para jugar al baloncesto. No fue hasta que creció unos centímetros cuando se hizo con el puesto de titular en el Instituto Leed, donde promedió 19 puntos y 17 rebotes en su último año, demostrando su increíble habilidad para esta última faceta. Charles lideró a los suyos a las semifinales estatales sin todavía tener el interés de ninguna Universidad, pero ahí explotó con 26 puntos ante Bobby Lee Hurt, reciente fichaje de la Universidad de Alabama, llamando la atención de un asistente de Sonny Smith, entrenador en Auburn, que le definió como “un tipo gordo... que juega como el viento”. Una de esas frases de magnificencia propias del baloncesto estadounidense.
Las cualidades de Barkley ya estaban claras y las desarrollaría al máximo durante su carrera. Con 1,98, era más pequeño que otros grandes de la historia que no han jugado precisamente en posiciones interiores, como LeBron James, y prácticamente igual que Michael Jordan, ese compañero de generación con el que llegó en el draft de 1984, en el que fue elegido en el quinto puesto por los Sixers, que obviaron los 136 kg que había llegado a pesar con los Tigers y se centraron en sus cualidades: el rebote, un rango de tiro que le permitía lanzar desde el mid range e incluso de tres, capacidad para el pase y dos buenas manos con las que robaba innumerables balones. Barkley representó un perfil diametralmente opuesto al de, por ejemplo, Dennis Rodman, otro hombre interior de pocos centímetros, y no podía defender a pívots como Shaquille o a bases rápidos e imaginativos indistintamente; sin embargo, supo sacar todo el partido a sus virtudes, reboteando mucho en ataque y en defensa y centrándose en anotar y ayudar en las líneas de pase, impidiendo que el balón llegara a sus emparejamientos y siendo uno de los mejores reboteadores ofensivos de la historia.
Barkley llegaba a los Sixers tras tres años con los Tigers en los que promedió 14,1 puntos y 9,6 rebotes, yéndose a los 23+17 en el único torneo de la NCAA, ya en su tercer año. Aterrizaba en una franquicia llena de estrellas con todavía algo de luz que dos años antes habían ganado el anillo con Julius Erving y Moses Malone a la cabeza, ese del four four four de un pívot inconmensurable que había desarrollado su máximo potencial con Billy Cunningham, que estaba en su último año en el banquillo. Para The Round Mound of Rebound (así llamaban a Barkley en Auburn), era el lugar perfecto para desarrollarse, a la estela de un gran reboteador como el center y jugadores veteranos (Maurice Cheeks, Andrew Toney...) que le ayudarían en su formación. Moses pronto le tuteló, ayudándole a controlar sus problemas con la alimentación y convirtiéndose en su mentor y su pareja en la zona, una que produjo mucho en el año rookie del ala-pívot, que se fue a los 14 puntos y 8,6 rebotes ese año por los 24,6+13,1 de su compañero en la pintura; también fue esa la última temporada en la que el Doctor J llegaría a la veintena en toda su carrera. Los Sixers cayeron en las finales del Este ante los Celtics (4-1) con 14 puntos y 11 rebotes del novato, que empezaba a hacerse un hueco en la Liga a un ritmo seguro, aunque más pausado (como no podía ser de otra manera) que un Jordan que ya copaba todas las portadas.
En las siguientes temporadas, Barkely fue desarrollando cada vez más sus habilidades a medida que Moses y Erving bajaban sus números, y dando un paso al frente cuando estos se retiraron. En su año sophomore, el ala-pívot ya estaba en 20 puntos, 12,8 rebotes, 4 asistencias y 2,2 robos, disputando su primer All Star la campaña siguiente, cuando lideró la NBA en rebotes (14,6). Eso sí, a medida que la incipiente estrella mejoraba los Sixers se descomponían: Moses Malone era traspasado a los Bullets en verano de 1986, y Erving se retiraba en 1987, dejando al ala-pívot como líder de un equipo en el que Matt Goukas no duró mucho en sustitución de Cunningham y con Cheeks (traspaso en 1989) y Toney (retirada en 1988) diciendo adiós a ese proyecto que acabó, tras mucho esfuerzo, con un anillo eternamente postergado en un dedo que llegó a parecer que nunca lo luciría.
Barkley, mientras tanto, mejoraba: 28,3+12 en la 87-88, 25,8+12,5 en la 88-89 y 25,2+11,5 al año siguiente, en el que se enfrentó a Jordan en las semifinales del Este cayendo en cinco partidos y con 23 puntos y 17 rebotes de media... por los 43 de su rival, al que siempre se le dieron especialmente bien los enfrentamientos con el ala-pívot. La eliminatoria se repitió, con idéntico resultado, al año sigueinte, esta vez con más de 25 puntos por partido del ex de los Tigers y 33,4 (+8+7,8) de un Jordan que volaba hacia su primer anillo. Uno esquivo para Barkley, que no lo vio de cerca ni con Goukas ni con Jim Lynam en el banquillo antes de vivir un sainete en la temporada 1991-92, con un pobre récord (35-47) que dejaba a Philadelphia sin playoffs y con un hombre que ya expresaba su deseo de buscar su siguiente gran aventura. La definitiva... o no.
Un nuevo hogar y unos playoffs de infarto
“Cuando llegué y vi a Dan Majerle y Kevin Johnson, pensé que estaba en el cielo”. Así de claro se mostraba Barkley hace unos días cuando hablaba de su llegada a Phoenix, que pronto se convirtió en su nuevo hogar. El ala-pívot le aseguro a Fitzsimmons unos días antes de que este aceptara su ya mencionado puesto de comentarista que ese año disputarían las Finales ante los Bulls de Jordan, tal y como ha revelado en unas recientes declaraciones, recogidas por Gerald Bourguet en el medio Fansided. Desde luego, fueron unas palabras más que premonitorias y cumplidas al 100% después de una ya mencionada regular season para el recuerdo, en la que la franquicia batió sus propios récords, incluido un espectacular balance en casa de 35-6, el segundo mejor de la competición empatado con los Cavs de Wilkens y solo tras los Knicks de Riley (37-4).
Desde luego, el baloncesto que se juega en abril no se parece en nada al que se practica durante el resto del año. Y menos ahora, load managment mediante; antes la diferencia no era tan grande, pero las defensas eran más agresivas y la experiencia era un grado a la hora de decidir partidos que te pueden mandar para casa. Los Suns no tenían a nadie que hubiera disputado unas Finales. Kurt Rambis, ex miembro de los Lakers del Showtime, había puesto rumbo a los Kings con tan solo cinco partidos disputados, por lo que Phoenix se quedó muy pronto con un perfil poco útil ya con 34 años en pista pero que representa una figura muy importante espiritualmente. Sobre todo en la fase final, donde esa clase de jugadores son un seguro a la hora de transmitir calma y paciencia en los momentos más tensos. Y que nadie lea lo que no está escrito, los Suns no cometieron un error con Rambis ni no fichando a ningún veterano, pero quizá, solo quizá, un formato que contara con esa clase de profesional, con experiencia en playoffs y entrado en años, habría dado un punto de tranquilidad al equipo a la hora de gestionar ciertos momentos de presión, sobre todo en las Finales.
Los Suns no mostraron la resistencia en su pista que habían tenido durante la temporada regular, y cayeron en sus dos primeros encuentros ante los Lakers. Esos perdidos entre sus dos últimas generaciones adimensionales, las de Magic por un lado y de Shaq y Kobe por el otro, que contaban con un James Worthy ya suplente en su penúltima temporada como profesional, Vlade Divac, Byron Scott, Elden Campbell o A.C Green. A punto estuvieron los angelinos de convertirse en el primer equipo de la historia que eliminaba al primero de su Conferencia partiendo como octavo en primera ronda, algo que harían un año después los Nuggets de Mutombo con los Sonics. La calma transmitida por Westphal, que hizo gala de su conocida energía para transmitir a los suyos un optimismo difícil de tener en una situación así, permitió a los Suns remontar la serie, con 31 puntos, 14 rebotes y 5 asistencias de Barkley en el quinto duelo, en el que sobrevivieron en la prórroga. Los favoritos no se dejaron arredar en Arizona ante los Spurs, contra los que no dejaron escapar partidos como locales (y con tiro ganador de Barkley en el sexto y definitivo duelo), algo que sí hicieron en el segundo ante Seattle... y en las Finales, donde perdieron el primero, el segundo y el sexto duelo, los tres que disputaron en el America West Arena... y una losa muy grande para ganar un título.
En total, los Suns perdieron seis partidos en casa en los playoffs de 13 posibles, los mismos que habían perdido en la fase regular... en 41 partidos. La ventaja de campo siempre ha sido tradicionalmente más importante en el Este, pero si te dejas tres partidos en tu feudo en unas Finales lo normal es que pierdas el 99,9% de las veces. Y no es lo mismo remontar un 0-2 a los desmadejados Lakers en primera ronda que un 0-2 en unas Finales ante uno de los mejores equipos de la historia. Algo que, por cierto, se ha hecho en playoffs, pero nunca en la serie en la que se decide el campeonato. Uno que se escurrió de entre los dedos de un equipo que llegó con cinco partidos más en su haber que sus rivales (18 por 13), que solo sufrieron ante los Knicks de Riley, ante los que empezaron 2-0 antes de ganar los cuatro partidos siguientes. Y con Jordan, por cierto, ya en otra dimensión: 32,2 puntos, 6,2 rebotes, 7 asistencias y 2,5 robos en esa serie, con un espectacular 40% en triples y un choque, el cuarto, de 54 puntos. Casi nada.
¿El mejor Jordan de siempre?
Sería injusto decir que los Suns jugaron mal. Al menos, no toda la culpa les corresponde a ellos, por mucho que Barkley reconociera que en el primer partido las cosas no salieron como deberían. Fue, desde luego, el peor de todos, con porcentajes de apenas un 40% en tiros de campo y un 28 en triples. En el resto, estuvieron siempre ahí, con oportunidades de ganar y muchos minutos por delante, pero sin poder hacer nada ante ese ser celestial que representaba Michael Jordan, que vivió probablemente su pico de nivel, el mejor momento de su carrera deportiva individualmente hablando. Lejos quedaban los 37,1 puntos por partido de la 1986-87 o los 35 de la campaña siguiente, en la que juntó el MVP y el premio a Mejor Defensor. También los 32,5+8+8 que había sumado en la 89-90 o el excepcional nivel mostrado en las Finales de 1991 o 1992.
Jordan fue sencillamente imparable. La defensa individual de Dan Majerle, las ayudas interiores de Chambers o Barkley y la molesta persecución de Danny Ainge no parecían afectar a un jugador que hizo 31, 42, 44, 55, 41 y 33 unos meses antes de anunciar su primera retirada en un anuncio que causó un impacto inmediato, dio lugar a muchas teorías y tampoco permitió a los Suns, que tuvieron su primera y última oportunidad en 1993, conseguir el anillo. Jordan consiguió la mayor anotación en un partido de las Finales desde los 61 puntos de Elgin Baylor en 1962, hizo cuatro encuentros seguidos de 40 o más puntos y seis de 30, todo ello con el mejor promedio anotador (41 puntos por paritdo) de la historia de las Finales. Sobran las palabras.
Los Suns sí que mostraron una resistencia mayor a lo que es históricamente recordado. Con todo lo mal que jugaron en el primer partido cayeron de ocho, en el segundo solo de tres (42+12+9 de Jordan por los 42+13 de Barkley), ganaron el tercero en una incuestionable muestra de resistencia que se alargó a tres prórrogas con 62 minutos de Kevin Johnson (récord de las Finales), obligaron a Jordan a irse a 55 puntos en el cuarto, vencieron de forma tan inopinada como merecida en el quinto e iban cuatro arriba en el sexto, resuelto por esa genialidad de Paxson y el tapón de Grant a Johnson que certificaba el three-peat. Clin, clin, caja para Riley y su expresión; y lugar en la historia asegurado para los Bulls, que consiguieron lo que ni los Lakers de Magic, los Celtics de Bird o los Pistons de Thomas habían logrado: ganar tres títulos consecutivos.
Y Barkley se quedó sin anillos
Barkley ha declarado que en esa última jugada se arrepiente de no haber permitido una bandeja de cualquier jugador interior, dejando solo y abierto a Paxson, único tirador de tres real de esos Bulls. La realidad es que a los Suns solo les faltó un poco más para poder ganar esa eliminatoria. La Doberman Defense (los tres perros), término que se acuñó gracias a Johnny Bach, entrenador defensivo de los Bulls durante esos años que tenía la manía de crear una defensa ultra agresiva con Grant, Pippen y Jordan, desdibujó a Barkley en estos momentos, pero el ala-pívot cuajó una gran serie estadística: 27,3 puntos, 13 rebotes y 5,5 asistencias. Y sí, Phoenix no pudo parar a Jordan, algo que nadie podria haber hecho en ese moment... pero perdió sus partidos de 8, 3, 6 y 1 puntos. Quizá (otra vez), con algún refuerzo más (¿en forma de veterano?), y algo de experiencia en ese tipo de partidos, los Suns se habrían ahorrado alguna derrota en casa que perfectamente les podría haber dado la eliminatoria. Y siempre quedará la duda de qué habría pasado en un hipotético séptimo, una sensación repetida tras la canasta de Jordan (siempre Jordan) sobre Byron Russell en 1998. Pero de los condicionantes no se vive, claro...
Al final, Barkley ni volvió al nivel que le cataultó al MVP en 1993 ni estuvo tan cerca del anillo. Promedió 21,6, 23 y 23,2 puntos en las tres siguientes campañas, pero los Suns no pudieron ante los Rockets en las semifinales de 1994, en la que desaprovecharon una ventaja de 0-2 de nuevo con una notoria debilidad en casa. Ni en 1995, cuando ganaron 59 partidos... desperdiciando, esta vez en un bochorno sin paliativos, un 3-1, con el séptimo partido en casa, ese America West Arena que venía con promesas de cambio, pero con muchas derrotas en momentos importantes y ante su público y una transformación inacabada cuyo proceso acabó con el despido de Westhpal, el retorno de Fitzsimmons y, al final, con el traspaso de Barkley, que puso rumbo a Houston para formar un equipo de Play Station que le juntó a Hakeem Olajuwon y Clyde Drexler (en 1999 también a Scottie Pippen) y con el que cayó en las finales del Oeste de 1997 ante los Jazz con un triple ganador de Stockton en el sexto encuentro.
Fue la última vez que Barkley estuvo cerca de las Finales (que le habrían vuelto a enfrentar a Jordan) o del anillo, siempre esquivo, antes de retirarse en el 2000, ya aquejado de muchos problemas físicos, la mayoría de cintura para abajo y derivados de su sobrepeso, que solo le permitieon superar los 70 partidos en una de sus últimas siete temporadas como profesional. En la última de ellas, un Barkley de ya casi 37 años, se rompió el tendón de su cuádriceps izquierdo en, curiosidades del destino, Philadelphia, la ciudad que le vio nacer. El Gordo sería baja durante el resto de la temporada, pero se negó a que esa fuera la imagen que se le quedara al aficionado de él. Regresó para el último partido de la regular season ante los Vancouver Grizzlies, anotando una canasta tras rebote ofensivo, la última de su carrera profesional, a la que dijo adiós con una gran ovación que dejó tras de sí 16 años, una temporada histórica y unas Finales que certificaron el final de un proyecto que pudo ser y no fue. Y que dejó a la estrella sin el campeonato, pero también a los Suns, que siguieron con su particular maldición más de una década después, con el seven seconds or less de D’Antoni y Nash, que se saldó con dos finales del Oeste sin suerte, tres si contamos la de 2010, ya sin el técnico en el banquillo.
Barkley, eso sí, se retiró como una leyenda (y su número 34 retirado por los Suns), uno de los mejores ala-pívots de siempre y un hombre muy querido por la afición, muy dada a recordar con añoranza como sacaba el máximo partido a un físico que parecía castigado pero que funcionaba de forma impecable cuando estaba cuidado. Al fina, el ala-pívot superó la barrera delos 10 rebotes en todas sus temporadas menos en al primera, y se retiró con unos promedios de 22,1 puntos (54% en tiros), 11,7 rebotes y 3,9 asistencias. Y también con un MVP de la Temporada, uno de un All Star que disputó en 11 ocasiones, 11 selecciones en los mejores quintetos, dos oros olímpicos, el ser elegido entre los 50 mejores jugadores de la historia en 1996 y, por supuesto, un Hall of Fame cuya inclusión tuvo lugar en 2006. Una carrera legendaria para un personaje que sigue siendo protagonista (por desgracia, en ocasiones) junto a Shaquille O’Neal en la TNT, donde hace comentarios ácidos, se embarca en discusiones imposibles y se mete con todo el que pueda, incluido un Jordan otrora su amigo pero con el que hoy no se lleva especialmente bien. Todo eso y mucho más es Charles Barkley El Gordo, un jugador único e irrepetible, sobre todo por un físico inédito para la época en la que se encontraba, pero que se retiró sin anillo. Por culpa, claro, de Michael Jordan. Y todo lo que eso supone. Que no es poco.
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