El anillo del 96: la risa de Jordan y los añorados Sonics de Payton
Jordan ha roto a reír al escuchar a Payton decir que podía frenarle... pero la realidad le da la razón a 'El Guante', líder en los 90 de una de las franquicias más icónicas de siempre.
Pocas franquicias en la historia de la NBA han sido tan queridas como los Seattle SuperSonics. Una cultura enraizada en la ciudad en la que se encontraba, con un modelo extraordinario que conectaba con la afición con una facilidad impresionante y nombres históricos, que nunca fueron ni quisieron ser parte del discurso hollywoodiense que acompañó a la competición norteamericana en sus inicios y fue explotado en los 80, con la llegada de David Stern y su consabida revolución. Los Sonics siempre fueron a su ritmo, siendo una referencia, con caras visibles y un estilo siempre caracterizado por lo que hacían en pista y lo que representaban fuera de ella. Era tal la magnitud de ese equipo, que la añoranza en su ausencia ha tenido una fuerza desmedida y la ciudad de Seattle ha perdido una referencia cultural que se ha trasladado a Oklahoma, un lugar por el que ya pasaron brevemente los Hornets, huracán Katrina mediante, y en el que han tenido un arraigo (muy) grande pero difícilmente comparable con el anterior.
Los Sonics han sido una de las franquicias más históricas de siempre, y han trascendido de una manera particular, siendo pioneros en ciertos aspectos, pero a la vez queridos por no perder nunca una esencia que se enmarcaba siempre dentro de la transgresión y el cambio. La transformación continua era la mejor manera de mantener una tradición histórica que ha trascendido de nombres propios individuales en pista, si lo comparamos con Chamberlain, Russell, West o, más recientemente, Jordan. Las grandes figuras siempre venían acompañadas y era común que lo colectivo fuera lo que conectara con el público, llevando el concepto de equipo a una dimensión desconocida en la NBA clásica, centrada en rivalidades entre jugadores y en proezas individuales que contrastaban con un modelo abnegado y con un todo en su conjunto que era imposible entender por separado. Por eso hubo quién entregó su corazón a esa plantilla que juntaba a Dale Ellis, Xavier McDaniel y Tom Chambers, entre muchos otros y por encima de franquicias históricas como Celtics o Lakers, que por mucho que trascendieran por historia y contexto, estaban personalizadas por estrellas adimensionales como Larry Bird o Magic Johnson, referencias absolutas de unos años 80 en los que se revitalizó la NBA con los Sonics siendo lo que siempre habían sido, un equipo de fuertes raíces y excelentes jugadores que, si bien no se podían comparar individualmente a la calidad de los hombres ya mencionados, contaban como entidad con la aprobación casi unánime de una competición que no espera a nadie, pero que sigue esperando a que vuelvan los Sonics.
Esa generación de los 80 fue sustituida por la de los 90, el último proyecto icónico de una franquicia que en el siglo XXI fue a la deriva hasta su muerte anunciada, un traslado no demasiado postergado que en realidad y para muchos afionados de Seattle no fue menos que una desaparición. Apenas hubo tiempo de que Sam Presti o Kevin Durant desarrollaran, uno en los despachos y otro en pista, la magia de una construcción que se saldó, ya lejos de la ciudad de la lluvia, con unas Finales y más de un lustro de permanente contender, una denominación que apenas habían alcanzado en la última década anterior al traslado. De repente, la increíble historia de los SuperSonics había desaparecido y Oklahoma, ese nuevo epicentro de afición ruidosa y necesitada de un deporte que desapareció de la vida de unos seguidores que nunca se sintieron identificados con un equipo que se había a casi la otra punta del país y a más de tres mil kilómetros de distancia. Una losa demasiado grande para un público que recuerda con añoranza esos nombres propios indivisibles a la propia franquicia. Todos los amantes de la gran Liga conocen, en fin, la tradición e historia de los Sonics, de Lenny Wilkens a Spencer Haywood, de Bill Russell a Paul Silas, de Dennis Johnson y Jack Sikma a Nate McMillan. Y de Chambers y compañía a Gary Payton, Shanw Kemp y George Kalr, claro. Ese último proyecto que estuvo a punto de convertir a Seattle en el epicentro de la NBA, en la que habría sido a buen seguro una de las victorias celebradas más transversalmente de siempre. Pero claro, les tocó enfrentarse con Michael Jordan. Y todo lo que eso supone.
De la magia de Wilkens a la revolucionaria defensa de Karl
La figura del entrenador siempre ha sido indivisible a los Sonics, acompañados de un gran nombre en el banquillo que representaba casi siempre y en demasía la idiosincrasia de una ciudad culturalmente muy rica, la más alfabetizada de las 69 ciudades más pobladas de Estados Unidos (entre 2005 y 2006). Lenny Wilkens fue la primera gran figura de los Sonics. Se podría decir incluso la gran figura, asecas. Jugador de los Sant Louis Hawks, llegó a la franquicia en 1968, cuando ésta solo contaba con un año de vida. Allí fue primero una gran referencia en pista y luego pasó a compatibilizar dichas labores con las de entrenador, puesto que abandonó en 1972 para recuperar seis años después. Entre medias, Bill Russell (nada más y nada menos) les guió a sus primeros playoffs en la que fue su única experiencia en la NBA fuera de los Celtics (al margen de los 58 partidos en los que dirigió a los Kings en 1987-88). Wilkens dio un paso al frente, llevó a los Sonics a las Finales en su retorno y al título un año después, en esa plantilla que juntaba a nombres como Dennis Johnson o Jack Sikma y que tuvo hasta siete jugadores por encima de los 10 puntos, antes de ganar 4-1 en las Finales a los Bullets de Elvin Hayes o Wes Unseld.
Wilkens extendió su estancia en Seattle hasta 1985 siendo una referencia baloncestística y cultural para una ciudad que vio en esos años un nivel excelso de su equipo, que vivió la mejor etapa de su historia. Ahí es donde forjaron su principal rivalidad con los Blazers, esos liderados por Bill Walton que lograron el anillo en 1977. Tras Wilkens se extendió del todo la etapa de los 80, con Bernie Bickerstaff en el banquillo y el equipo ya mencionado McDaniel, Ellis y compañía que tuvo como techo las finales del Oeste de 1987, un ejercicio de revolución ejercido a la perfección por un vestuario que se clasificó séptimo pero eliminó a los Mavericks de Mark Aguirre en primera ronda y a los Rockets de Sampson y Olajuwon en semifinales antes de ser barridos por los Lakers de Magic. Una fase final en la que volvieron a hacer honor a su historia, impulsados por un Key Arena que se mantenía fiel independientemente de los resultados de su equipo.
George Karl llegaría a mitad de la 1991-92, en una temporada caótica en la que tuvieron hasta tres entrenadores y en la que llegarían a semifinales del Oeste. La influencia de Karl, un técnico con un increíble conocimiento del juego cimentado en North Carolina y en Europa, donde lo vio todo desde otro prisma y entrenó al Real Madrid, le permitió sentar las bases del último gran proyecto competitivo de la ciudad, que vio como su equipo fue un aspirante constante en una nueva horda de jugadores entre los que destacaban Gary Payton y Shawn Kemp, y a los que se unieron Sam Perkins, Detlef Schrempf, Nate McMillan o Hersey Hawkins para crear un estilo único, incluso precursores del juego actual, con un Kemp polifacético y multiservicios que representaba un salto evolutivo de la figura del ala-pívot, capaz de salir a la línea de tres a defender a sus rivales.
Los Sonics eran un equipo seguro en ataque y durísimo en defensa, con un Payton, El Guante, que llegó a ser elegido Mejor Defensor en 1996, único base en la historia en lograrlo junto a Sidney Moncrief, quelo logró dos veces en los 80. Y sin bajarse del Mejor Quinteto Defensivo en casi una década (1994-2002), algo al alcance de muy pocos y que representaba, siendo la cara visible, de un equipo a la europea, colaborativo y que se convirtió en una máquina de ganar partidos en regular season. De hecho, la figura de Kemp y la habilidad de Payton, permitió desarrollar una de las defensas más impresionantes de la década. Las bases de la misma fueron establecidas por Bob Kloppenburg, asistente defensivo que había estado en la franquicia de 1985 a 1995, y que plantó la semilla que los Sonics seguirían al llegar a las Finales. Kloppenburg creó el conocido como SOS system, que primaba los cambios en los bloqueos que provocaban que en ocasiones, los hombres interiores se emparejaran con los playmakers rivales y viceversa. Además, la participación de todo el quinteto era constante a la hora de estar cerrar espacios y buscar las líneas de pase, llegando a usas incluso una zona que estaba prohibida por aquel entonces.
Como no podía ser de otra manera, Seattle lideró la Liga en defensas ilegales esos años, pero eso no impidió que insistieran en la idea de Kloppenburg . En media cancha daba la sensación de que todos los jugadores podían llegar a cualquier rival, siendo capaces de cortar muchos contraataques. Esto hacía por ejemplo Derrick McKey (que salió del equipo en 1993), un alero versátil que podía hacer las veces de ala-pívot y que en ocasiones era capaz de cubrir a dos jugadores a la vez sin dejar de fijarse en su par, evitando así que los árbitros señalaran defensa ilegal, algo que, por otra parte, no podían hacer en cada jugada. Kloppenburg se vio más empoderado con la llegada de Karl, lo que permitió a los Sonics ser un top ten constante en menor cantidad de puntos permitidos por cada 100 posesiones o provocar pérdidas en el 18% de las jugadas de sus rivales en 1994, el récord, de lejos, de la NBA. Y todo, provocando que de la defensa naciera el ataque, impulsado por la presión que ejercían todos los jugadores y, por supuesto, un Key Center muy identificado con el estilo de su equipo. El estilo, muy estudiado por periodistas como Mike Prada, ha sido precursor de estilos del baloncesto moderno y muy utilizado por, entre otros, los Raptors de Kawhi Leonard, que se proclamaron campeones en 2019.
Los Sonics esperaron pacientemente su oportunidad mientras desmadejaban con su defensa a grandes nombres como Hakeem Olajuwon, que tuvo un récord de 6-20 contra ellos entre 1992 y 1996, incluidas dos derrotas en playoffs. La oportunidad para ganar el anillo era solo cuestiñon de tiempo, y no tardó en llegar. Y todo ello, por cierto, en una década en la que la incipiente mejora del equipo vino acompañada de un crecimiento cultural sin precedentes en la ciudad, con un ascenso paulatino de la música grunge (Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y Alice in Chains...) que potenciaba los aires de cambio de Seattle, que soñaba con una nueva oportunidad de campeonato y se convertía en uno de los epicentros de Estados Unidos en muchos aspectos. Entre ellos el baloncestístico, claro.
Las Finales de 1996
Se podría decir, en la previa de las Finales de 1996, que la oportunidad llegaba en el peor momento. Solo a priori, ya que no dejaba de ser una ocasión de oro para conseguir el anillo. Los Sonics no se bajaron de las 55 victorias con Karl, uno de los mejores entrenadores de regular season que ha existido que, sin embargo, tuvo dificultades en playoffs, sobre todo en el emparejamiento de esa serie con Jordan. Karl consiguió 55, 63, 57, 64, 57 y 61 victorias. Para comprobar la magnitud del logro, solo hay que tener en cuenta que su etapa colecciona cinco de los seis mejores récord de la historia de la franquicia, y solo las 56 victorias conquistadas con Wilkens en la 1979-80 se cuelan entre medias. Los SuperSonics se colaron en las finales del Oeste en 1993, pero cayeron en primera ronda al año siguiente a pesar de las 63 victorias cosechadas, una decepción enorme que significó también la primera vez en la historia que el octavo de Conferencia (en ese caso, los Nuggets de Mutombo) eliminaban al primero. Al año siguiente, por cierto, volverían a caer a las primeras de cambio con ventaja de campo a favor, esta vez ante los Lakers.
La 1995-96 era su oportunidad, con los Jazz en proceso, los Spurs en retroceso, unos Rockets con una luz cada vez más parpadeante, y los Suns de Barkley, ya desmadejados en el último año del ala-pívot en Phoenix. La explosión de júbilo del Key Arena se hizo palpable en el séptimo encuentro de las finales del Oeste, cuando eliminaban a Utah con 21 puntos, 6 rebotes y 5 asistencias de Payton, y 26, con 14 rebotes de Kemp. Eso sí, los rivales en las Finales, primeras para la franquicia desde hacía 17 años, serían los Bulls, que venían de lograr 72 victorias (récord histórico) y con un Jordan que volaba, con más de 30 puntos por partido, el MVP de la temporada y del All Star y su octavo título a máximo anotador. Desde luego, era el peor año para enfrentarse a los Bulls, una verdad incómoda que permitió a los Sonics afrontar las Finales de una forma muy práctica: sin tener nada que perder.
The Last Dance ha dejado entrever algunos problemas de emparejamiento por parte de George Karl, que no se decidió a poner a Payton delante de Jordan para que no desgastara demasiado, hasta el cuarto partido, cuando la ventaja era ya insalvable. El base ha argumentado que podía parar a Jordan en un nuevo capítulo de ese documental que está dando para hablar (y escribir) de manera casi ilimitada, a lo que el escolta ha respondido con una risa irónica. "No tuvo problemas con The Glove", ha dicho His Airness, en referencia a ese apodo que tanto caracterizaba sus ya consabidas habilidades, robando 2,9 balones por partido ese año (líder de la NBA en ese apartado). Sin embargo, las estadísticas nos dicen que Payton sí podía frenar a Jordan, y que la historia bien podría haber sido distinta si Karl se hubiese decidido por este emparejamiento al inicio de la serie. En los tres partidos en los que Jordan estuvo libre de la defensa del playmaker de los Sonics, se fue a 31 puntos y 5 asistencias, con un 46% en tiros de campo y un excelente 50% en triples. Con él encima, las tornas cambiaron: 23,7 puntos, 3,3 asistencias, menos de un 37% en tiros de campo y apenas un 11 % en triples. En total, el escolta se quedó en 27 puntos con un 41% en tiros, un 30% en triples y inco de los seis partidos por debajo de la treintena. Con diferencia, sus peores números en unas Finales, un mérito que corresponde en buena parta a la defensa de un Payton que consiguió unos promedios de 18+6,3+7.
Es difícil sacar más conclusiones que los propios datos. De los condicionantes no se vive, y es obvio que hubo un componente de relajación en los Bulls tras ponerse 3-0, un resultado que jamás ha sido remontado en playoffs. Según Phil Jackson, los Sonics cometieron el error táctico de haber cogido el vuelo a Seattle el viernes por la noche, justo después del segundo encuentro, en vez del sábado por la mañana, más descansados. El Maestro Zen opina que eso les perjudicó en un tercer partido en el que estaban exhausto y cayeron 86-108 en su pista, donde solo habían perdido en tres partidos en todo el año (por dos de los Bulls). La lesión de Ron Harper y la defensa de Payton sobre Jordan fue el momento de gloria de los Sonics, que ganaron dos partidos consecutivos a un equipo que, desde 1990 a 1998, jamás perdió tres seguidos con Jordan. Una cifra extraordinaria que no iban a romper los Sonics, que cayeron por 87-75 en el sexto encuentro, viendo como Jordan conseguía la redención, se quitaba la espina de la derrota del año anterior ante los Magic y ponía el broche de oro a la que muchos consideran la mejor temporada de cualquier equipo jamás vista. Y con Dennis Rodman promediando 14,7 rebotes por partido y frenando lo justo a un buen Kemp (23+10) que no pudo con el juego interior de los Bulls, en el que ayudó mucho un Pippen (15,7+8,2+5,3) que, como siempre, hizo de todo.
Los añorados Sonics
George Karl estuvo dos años más en los Sonics, hasta que el proyecto se acabó con dos semifinales de Conferencia que supieron a poco. El traspaso de Kemp antes del último de esos años lo certificó, al igual que el de Schrempf rumbo a los Blazers tiempo después. Payton siguió ligado a la franquicia, superando la veintena de puntos en seis de las siguientes siete temporadas, pero consiguiendo solo una segunda ronda más tras la salida de Karl, ya con McMillan, otro referente, en el banquillo. Payton salió en 2003 como líder de los Sonics en puntos, asistencias, robos, partidos jugados (999, ojo con esa cifra) y minutos disputados, manteniendo los cuatro últimos récords si añadimos la más de una década de los Thunder. Puso rumbo a Bucks y luego a Lakers, donde buscó el anillo ya con 35 años y sin adaptarse a ese triángulo ofensivo que le impedía postear a rivales más pequeños o crear a partir de su inagotable imaginación. Sus habilidades defensivas empezaron a decrecer y se le apodó jocosamente como La Manopla, pero se resarció conquistando el anillo en 2006 con los Heat, siendo además una pieza importante de esa aglomeración de egos (Shaq, Wade, Posey, Waker, Jason Williams) que manejó a la perfección la eterna (y eternizada) figura de Pat Riley y consiguiendo un año antes de retirarse (en 2007), el anillo que muchos de sus colegas de los 90 no pudieron lograr por culpa de Jordan, esa figura que a otras tantas privó de la gloria.
El cambio de ciudad, por cierto, se produjo en 2008. Bajo la permisiva mirada (y casi el compadreo) de David Stern, Clay Bennet se hizo con el mando de la franquicia, ahora ya no queda ninguna duda, con el único fin de facilitar primero y acelerar después la mudanza a Oklahoma City, donde ya compiten unos Thunder que han sido un equipo bien construido a pesar de su mercado pequeño, con un proyecto prometedor a base de rondas del draft pero desmadejado (a pesar de ser competitivos) tras su marcha. Rozando la gloria en tan poco tiempo pero, y de esto no hay duda, sin tener el mismo calado en una competición donde prácticamente ninguna franquicia ha sido tan querida como los Sonics. Bennett, natural de Oklahoma se hizo con los Sonics tras pagar 350 millones de dólares a otro de los grandes señalados ahora en la ciudad de la lluvia: Howard Schultz, propietario de Starbucks, que cuando e cansó de intentar imitar (sin ningún éxito) a Mark Cuban vendió la franquicia precipitando su final en la mudanza a una ciudad, OKC, que había enamorado a Stern cuando acogió (con gran acogida) a lo Hornets de 2005 a 2007.
Independientemente del cambio de ciudad y la desaparición de los Sonics, que puso en el ojo de mira el modelo de la NBA, muchas veces comparado con el europeo, la pregunta ahora es si algún día, Seattle volverá a presenciar baloncesto masculino, algo que sí tienen en la WNBA con Seattle Storm, que ocupa el eterno Key Arena. Hay voces autorizadas como Kevin Garnett asegurando que van a reflotar la franquicia, pero más de una década después, son apenas unos susurros los que han indicado un retorno que la NBA celebraría como nadie. Porque los Sonics, esa franquicia que ganó el anillo en 1979 y desafió a Jordan en 1996, eran el equipo de la NBA. Con un periodo de permanencia en un mismo lugar de 41 años, una cifra que solo han alcnazado seis franquicias más en todo el deporte norteamericano, los Seattle SuperSonics son historia viva de una competición que vive del presente, pero también (y ahora más que nunca) de ese pasado que muchos reivindicaban antes y al que todos acuden ahora, con la Liga parada.
De una forma u otra, todo el proceso de traslado se hizo de aquella manera, con presupuestos inflados, reformas innecesarias y unas autoridades que lucharon poco o nada por mantener a la franquicia en su indivisible ciudad. Al final, ni Seattle merecía perder a su equipo ni los amantes de la NBA merecíamos perder a los Sonics. Y, por mucho que se hayan cambiado de nombre y de lugar y nos hagan creer que es otra franquicia con un aspecto distinto, la realidad es que la sensación más compartida es que los SupperSonics se han ido. Otra cosa es que vuelvan. Hasta entonces, seguirán siendo un añorado recuerdo que genera uno de los sentimientos de nostalgia más grandes de la historia reciente de la NBA. Eso sí, el mencionado recuerdo será el de una franquicia histórica, enraizada en su pueblo, y fiel a una tradición y a un estilo que han marcado la competición. Wilkens, Russell, Karl, Payton, McMillan, Chambers, Kemp... en fin. Casi nada.