Olajuwon, la leyenda del pívot que dominó el mundo
Olajuwon, la leyenda del pívot que dominó el mundo

NBA | REPORTAJE

Olajuwon, la leyenda del pívot que dominó el mundo

Un talento único, un jugador adelantado a su tiempo y un líder demoledor en defensa y en ataque. Hakeem Olajuwon sigue siendo una de las mayores estrellas en la historia de la NBA.

Las Finales de la NBA de 1994 fueron feas. Fueron, si se quiere y si se me acepta el oxímoron, una oda a la belleza de la fealdad. Pero es que era, claro, la NBA de los noventa. ¿Te acuerdas? Series de playoffs siderúrgicas, anotaciones bajas, batallas de atrición. Antes de que los cambios de reglamento se lo pusieran en chino a las defensas. Precisamente, de hecho, la razón de que los cambios de reglamento se lo hayan puesto después en chino a las defensas: cuando los golpes resonaban a través de la televisión y los anotadores se enfrentaban a lo que parecían líneas defensivas de la NFL. Músculo, contacto, agresión. Alambradas y trincheras. La banda sonora de skylines grises, aquel hermetismo cultural que todavía no había roto en la paleta multicolor de la crisis postindustrial.

Era la NBA que David Stern, en cuanto se quedó sin la lámpara mágica que frotaba Michael Jordan, tuvo que replantearse cómo vender al gran público, la que acabó mirándose en el espejo de su propia contradicción: el jugador afroamericano de la inner city, el aficionado/consumidor blanco de los barrios residenciales. En aquella NBA cada palmo de terreno que se ganaba requería una conquista, era una cuestión de imposición. Un duro despertar tras el sueño de los dorados años 80, la cruda realidad que siguió al sonido del despertador que habían puesto los Bad Boys de Detroit Pistons. Creo que ya no estamos en Kansas, Totó.

Era una NBA dura pero inolvidable. Una a la que levantaron un monumento (estatua a un baloncesto hoy caído) Houston Rockets y New York Knicks en aquellas Finales de 1994 que fueron una guerra de siete batallas en las que la mayor anotación fue 93 puntos y la mayor diferencia, un +9 para los Knicks en el manicomio del Madison Square Garden. Como Michael Jordan acababa de irse a jugar al beisbol tras su primer threepeat y en aquella primera y (todavía hoy) muy oscura retirada, las audiencias se desplomaron un 30% con respecto al luminoso Suns-Bulls de un año antes. Entre 1979 y aquel 1993, solo había habido unas Finales (1990) sin al menos uno del trío que convirtieron la casa de la NBA (destartalada a finales de los setenta) en la mansión que devino en imperio: Magic Johnson, Larry Bird, Michael Jordan. En 1994, mientras Knicks y Rockets repartían palos a mansalva, el aroma a megaestrella parecía lejísimos, ajeno; el rastro de una depresión (17,2 de rating medio en la televisión) que corrigió el regreso exprés de Jordan, el segundo threepeat. The Last Dance y todo lo demás.

Olajuwon contra Ewing
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The Summit, el pabellón de los Rockets. Primer partido de las Finales de 1994: Hakeem Olajuwon contra Patrick Ewing.

Nueva York se partía en dos: los Rangers acariciaban la Stanley Cup y los Knicks buscaban su primer anillo desde 1973. Y para el gran público esas fueron las Finales en las que la NBC, en pleno quinto partido, con la serie 2-2 y el marcador 59-53 avanzado el tercer cuarto, cortó la emisión para mostrar cómo OJ Simpson avanzaba por la interestatal 405 en un Ford Bronco blanco con toda la policía de Los Ángeles detrás. Apenas se volvió a conectar con el partido en lo que los periodistas implicados definieron después como la prehistoria de los reality shows. Stern se desgañitaba al teléfono para arrancar segundos de presencia televisiva, pero era una causa perdida. Sólo quienes estaban en el Madison vieron como los Knicks se ponían con un 3-2 que olía a anillo. El resto de América seguía las evoluciones de un Ford Bronco blanco. Era 17 de junio. Cinco días antes, la exmujer de OJ Simpson había aparecido muerta junto a su amigo Ronald Goldman.

Aquel partido, el del Ford Bronco blanco a toda mecha por la I-405, puso a los Knicks 2-3, a un triunfo del título camino del cubil de Houston Rockets, el estruendoso e inolvidable The Summit. En la expedición de los Rockets, que hacía noche en Nueva York antes de volver a Texas, era difícil conciliar el sueño. El alero Mario Elie, que un año después mandaría el icónico beso de la muerte al público de los Suns tras sentenciar el séptimo partido de la semifinal del Oeste con un triple a falta de siete segundos, deambulaba por el hotel incapaz de pegar ojo. Se asomaba al precipicio que se había abierto en tres días, justo después ganar en territorio comanche el tercer partido: de 2-1 a 2-3. Los malos augurios se le echaban encima... hasta que se cruzó por los pasillos con la figura gigantesca de Hakeem Olajuwon, que le dijo con una sonrisa: “Tranquilo Mario, volvemos a casa”. En ese momento supo que serían campeones, una percepción que mantenía el base Kenny Smith desde que Olajuwon recibió el MVP de la Regular Season y se negó a levantar el trofeo si no le acompañaban todos sus compañeros de equipo. De ahí surgió el espíritu que tumbó a unos Knicks para los que cada entrenamiento por entonces era “como un partido de rugby”, el equipo que tenía uno de los frontcourts más duros (en toda la extensión del término) de la historia: Patrick Ewing, Charles Oakley, Charles Smith, Anthony Mason…

Los Rockets voltearon la final en su pista hacia un 4-3 tremendo en una final tremenda en la que no hubo ni un solo partido roto antes de los últimos minutos y en la que la diferencia media fue de poco más de 7 puntos. Los Knicks de hecho promediaron 86,9 puntos por los 86,1 del campeón, unos Rockets que se salvaron en el sexto partido gracias a una jugada que ya es leyenda sagrada de los playoffs: Hakeem Olajuwon, “tranquilo Mario, volvemos a casa”, llegó a la línea de tres para puntear el tiro definitivo de John Starks y dejar el marcador en el 86-84 final. Starks había acercado al título a los Knicks con 16 de sus 27 puntos en un último cuarto sublime al que sólo faltó aquel tiro ganador, que se fue al limbo y que crujió el ánimo del eléctrico base hasta abocarle a un séptimo partido de pesadilla: 2/18 en tiros, 0/11 en triples.

En gran medida, aquella Final de golpes, resoluciones angustiosas y audiencias miserables, definió legados en la colisión entre dos pívots históricos, los números 1 de draft de 1984 (Olajuwon) y 1985 (Patrick Ewing). Una rivalidad prologada por la final universitaria del 84, en la que Ewing y los Hoyas de Georgetown ganaron a Olajuwon y los Cougars de Houston. Un duelo con aroma a sueño americano (Olajuwon nigeriano y Ewing, jamaicano) cuya revancha se rumió durante una década. Ewing, campeón y Mejor Jugador de la Final Four en 1984, perdió claramente el duelo con Olajuwon diez años después y en su gran oportunidad de ganar el anillo que se le negó como profesional. Batió el récord de tapones (no se medían en tiempos de Bill Russell y Wilt Chamberlain) en una serie completa (30) y en un partido (8) de unas Finales. Pero se quedó en 18,9 puntos con un 36% en tiros. Olajuwon, imperial y el único jugador de los dos equipos que rebasó la barrera de los 30 puntos, acabó en 26,9 puntos, 9,1 rebotes, 3,6 asistencias, 3,9 tapones y un 50% en tiros. Y anotó, el último clavo en el ataúd de los Knicks, más que Ewing en los siete partidos. En el último, el que pudo evitar Starks tres días antes, sumó 25 puntos, 10 rebotes, 7 asistencias y 3 tapones. Ewing, 17+10… con 5 pérdidas de balón.

Olajuwon y Ewing, en acción.
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Hakeem Olajuwon y Patrick Ewing, duelos en las zonas desde la NCAA hasta las pistas de la NBA.

Esa historia, que comenzó en 1984 y escribió su capítulo central en 1994, se cerró en 2008, cuando ambos entraron juntos en el Hall of Fame. En su discurso, Olajuwon abrochó maravillosamente el respeto que exige semejante rivalidad cuando aseguro que miraba a Ewing y se seguía preguntando cómo demonios conseguía anotar por encima de semejante montaña humana. La respuesta a esa pregunta habría sido obvia para Makhtar N’Diaye, el primer senegalés que llegó a la NBA (Vancouver Grizzlies, 1999). Un ala-pívot que luego hizo carrera en equipos templados y menores de Europa y que jugó en una North Carolina brillante; aquella que, mientras Olajuwon ganaba sus anillos y Michael Jordan se iba y volvía a la NBA, juntó a Vince Carter, Antwan Jamison, Jeff McInnis… Con Jordan de visita en su alma mater, el equipo con el que fue campeón universitario en 1982 (todavía poco más que un escudero de James Worthy), todos los aspirantes a estrella se afanaban por controlar la emoción menos N’Diaye, que le preguntó al visitante quién era, se excusó porque “en la televisión de Senegal no ponen baloncesto” y lo terminó de estropear diciendo que Hakeem Olajuwon eral el mejor jugador del mundo. Dicen que Jordan le pidió a Dean Smith, que también había sido su entrenador, que preparada un partidillo: él jugaría con los últimos de la rotación contra los titulares de los Tar Heels. Y dicen que, claro, la cosa acabó en paliza que incluyó, ese era el objetivo, unos cuantos mates de Jordan en la cara de N’Diaye. Por hablar.

Jordan-Olajuwon, la rivalidad que nunca se consumó

El caso es que anécdotas así flirtean con una rivalidad que nunca llegó a ser tal, que nos pasó de perfil durante toda una era gloriosa de baloncesto NBA. Durante ocho años, Michael Jordan y Hakeem Olajuwon se repartieron, mucho para el primero y lo suficiente para el segundo, anillos y MVPs de Finales: dos threepeats de Jordan (1991-93 y 1996-98) y durante la ausencia y media de este (no estuvo en la temporada 1993-94 y regresó demasiado tarde en el 1994-95), dos títulos para Hakeem. Nunca se enfrentaron en unas Finales, un duelo que en 1997, por ejemplo, evitó un triple de John Stockton. Y, con Bulls y Rockets en Conferencias opuestas, tampoco se cruzaron en playoffs.

Olajuwon machaca ante Kemp.
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Hakeem Olajuwon hace un mate ante Shawn Kemp en un Sonics-Rockets de las semifinales del Oeste de 1997.

Hakeem detesta que se le diga que ganó porque Jordan decidió ausentarse. Y a su alrededor creció la leyenda de que sus Rockets eran la kryptonita a la que nunca se enfrentó el divino 23, básicamente porque los Bulls no tenían un pívot con el peso específico suficiente para hacer frente a Olajuwon. Si ese mismatch hubiera sido suficiente es baloncesto ficción. Y no cuesta imaginar, en realidad, que Jordan habría encontrado armas en su infinito arsenal, un nuevo nivel de juego si hubiera sido necesario… y si tal cosa era posible (con él, lo era). Más cuanto más grande era el reto. La única certeza, sirva para lo que sirva, es que Olajuwon tuvo balance ganador en sus duelos directos: 13-10 en 23 partidos en los que promedió 21,9 puntos, 11,2 rebotes, 2,3 asistencias y 3,3 tapones. Y Jordan 30,8 puntos, 5,6 rebotes, 5,4 asistencias y 3 robos. Los últimos dos enfrentamientos, por cierto, llegaron en la temporada 2001-02 y con la obvia sensación de que algo no cuadraba en absoluto: Jordan llevaba el uniforme de Washington Wizards y Olajuwon el de Toronto Raptors. Finalmente, acabaron compartiendo Conferencia. Pero cualquier parecido con la realidad, con aquella percusión con la que había soñado sin suerte la NBA, se había convertido en coincidencia.

Ni siquiera el draft de 1984, uno de los mejores de siempre, dejó heridas entre ellos. Ni entre quienes reparten filias y fobias. Olajuwon fue el número 1. Estaba tan cantado y fue tan extraordinariamente bueno que nadie ha criticado a los Rockets después, ni en los ejercicios de puro revisionismo, por no haber seleccionado a Jordan, que cayó al número 3. Los Trail Blazers sí se han llevado pescozones constantes durante los últimos treinta y siete años por haberle dado el pick 2 a Sam Bowie. Un error de cálculo nefasto.

Y el caso es que es curioso, con la perspectiva del tiempo, recordar con qué arbitrariedad cayeron los dados sobre el tapete. Siempre suele ser así. Olajuwon tenía ganas de jugar un año más en los Cougars pero sabía que en 1985 llegaría el sistema de lotería, que nació con polémica porque se acusó a la NBA de trucarlo para que Patrick Ewing jugara en los híper mediáticos Knicks. Todavía en años de moneda al aire entre los peores de cada Conferencia, Olajuwon vio una oportunidad inmejorable de quedarse en Houston y jugar en los Rockets, que acababan de ser el peor equipo del Oeste (29-53). Y así fue.

Los Rockets no contemplaban otra cosa que no fuera hacerse con un jugador que era además un ídolo universitario en su ciudad. Miel sobre hojuelas. Eso si efectivamente se hacían con el número 1. Para el 2, de haber perdido el sorteo, su opción era Jordan. Los Blazers, que tenían el derecho a estar en la moneda al aire porque tenían el pick de Indiana Pacers (26-56 en el Este) tenían un ranking en el que la posición primaba sobre el talento. Querían un pívot, así que su prioridad era Hakeem y su segundo plato, Bowie. Bobby Knight, el sargento de hierro universitario que se había enamorado de Jordan tras entrenarlo en los Juegos Olímpicos de 1984, no se podía creer que los Blazers no lo prefirieran a Bowie. Cuando Stu Inman, el general manager de los de Oregón, le dijo que pasara lo que pasara iban a draftear un cinco, Knight le dio una respuesta que ya es historia: "Pues elige a Jordan y ponlo a jugar de pívot".

Tanto ansiaban un interior los Blazers, que tenían en el puesto de Jordan a Clyde Drexler, que estuvieron a punto de facilitar la formación del big three más resonante de la historia cuando ofrecieron a los Rockets a Drexler, que acababa de completar su año rookie, y el pick número 2 a cambio del gigante Ralph Sampson, el 2,24 que acababa de ser Novato del Año tras acabar en los Rockets con el número 1 de un draft de 1983 en el que Drexler salió elegido en el puesto 14. En Houston rechazaron la propuesta porque se frotaban las manos con las torres gemelas que ya anticipaban: Sampson-Olajuwon. De haber acabado con Drexler y los picks 1 y 2 podrían haber elegido a Olajuwon y Jordan. No podemos saber, más baloncesto ficción, qué habría sucedido. Pero sí que, sencillamente, la historia de la NBA sería totalmente distinta.

Olajuwon y Clyde Drexler
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Olajuwon y Drexler, juntos en los Rockets en 1987. Tras maravillar en la Universidad de Houston, ganaron el anillo de 1995.

Del amago de divorcio al ascenso a la gloria

Con 39 años, y después de 17 en unos Rockets que habían entrado en reconstrucción ( y que pasaron a tener como líderes a Cuttino Mobley y Steve Francis), Hakeem fue traspasado el 2 agosto de 2001 a Toronto Raptors. La escenificación del fin de una era. Su salida solo dejó una primera ronda y una segunda de 2002, invertidas en Bostjan Nachbar y Tito Maddox. La nada. Acababa de rechazar un contrato de 13 millones de dólares por un año (había ganado casi 100 hasta entonces, 16,7 el curso anterior) y los Raptors le dieron un 3x18 del que solo cumplió un año. En Canadá sus medias se hundieron a 7,1 puntos y 6 rebotes en apenas 22 minutos en pista. Acosado por problemas cada vez más serios de espalda, Hakeem se retiró en 2002 después de ese último año fantasma. Antes, la historia se escribe recta pero con renglones torcidos, vivió un casi divorcio del equipo de su vida que no fue muy distinto al de muchas súper estrellas en tiempos en los que el mercado de agentes libres no existía o no tenía la flexibilidad actual. Ni legal ni social: ahora estamos en la era del jugador empoderado, mucho más firmemente protegido y valorado en su rol dentro de la gigantesca escala que establece una competición deportiva profesional.

Vince Carter y Olajuwon
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Una imagen extraña: Hakeem Olajuwon, junto a Vince Carter en el posado oficial de los Raptors previo a la temporada 2001-02.

Del mismo modo que Michael Jordan estuvo a minutos de irse a jugar a los Knicks en 1996, Hakeem pudo salir de Houston Rockets en 1992, en el mismo verano en el que Patrick Ewing, su rival en la Final de 1994, pudo irse a los Warriors si los Knicks no hubieran descubierto y abortado la extraña estratagema de la franquicia de la Bahía. Olajuwon, descontento con su contrato (3,1 millones en la 1991-92) por cantidades y rigidez, y molesto por lo que percibía como poca ambición deportiva en los despachos, pidió el traspaso. Su agente habló de una situación “irreconciliable”, el pívot insultó públicamente tanto a directivos como al propietario de la franquicia, Charlie Thomas, y el Houston Chronicle aseguró que el traspaso era, aquel verano, una certeza. Menos de dos años después, los Rockets eran campeones y el Olajuwon de la temporada 1993-94 fue el primer jugador de la historia con el triplete, en una misma campaña, MVP-MVP de las Finales-Defensor del Año.

Los Rockets no habían jugado los playoffs 1992, antes de su gran crisis. Solo habían ganado 42 partidos y Hakeem había sufrido una arritmia que le había apartado de las pistas durante algunas semanas. Con él como jugador franquicia, las cosas no iban demasiado bien. No si las aspiraciones eran las máximas, desde luego. Después de jugar las Finales de 1986 con las torres gemelas Sampson-Olajuwon, los Rockets habían estado cinco veces playoffs pero solo habían ganado una serie (1-5) con cuatro eliminaciones en primera ronda. Sampson, ya con los problemas de rodillas que destrozaron su carrera, se había ido a los Warriors en diciembre de 1987. El mejor momento, a partir de ahí, había llegado en una temporada 1990-91 en la que Don Chaney fue Entrenador del Año y el equipo ganó 52 partidos pero fue barrido en la primera ronda del Oeste por los Lakers (3-0). A Hakeem, un codazo de Bill Cartwright le había provocado una lesión en un ojo que le dejó en 56 partidos, por debajo del mínimo necesario para (promedió 13,8, habría ganado sin problemas) sumar su tercer título seguido de Máximo Reboteador de la NBA. Un año antes, 1989-90 y antes de otra eliminación a la primera contra los Lakers, había liderado la Liga en rebotes (14) y tapones (4,5), un doblete que solo habían logrado antes Bill Walton y Kareem Abdul-Jabbar. La NBA empezó a dar oficialidad a la estadística de tapones en 1973.

Aquel primer Olajuwon, que pasó de complementar a Sampson a ser el eje del equipo, era un perfil nuevo de pívot. Pese a sus 2,13, no parecía tan largo ni tan grande como los más dominantes en su posición. Al contrario, era una especie de alero enorme, con una coordinación y una elasticidad fantásticas. Antes de la gran globalización de la NBA, había algo inevitablemente exótico en el primer no estadounidense que fue all star (1985), condición que mantuvo en 12 de los 13 primeros años de su legendaria carrera. Con una elegancia felina, Olajuwon fue uno de los primeros pívots con manos rápidas para robar balones fuera de la zona y un motor que le permitía quedarse en los cambios defensivos con los generadores exteriores del rival. Atributos hoy valoradísimos en una NBA distinta, en la que también fue un adelantado a su tiempo en ataque porque desarrollo un excelente tiro desde la media distancia y una capacidad de pase que floreció con la instrumental llegada al banquillo de Rudy Tomjanovich (1992).

Olajuwon y Shaquille O'Neal
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Salto inicial en las Finales de la NBA de 1995: Hakeem Olajuwon, al aire contra Shaquille O'Neal

A partir de ese 1992, la crisis de despachos y la llegada del nuevo entrenador, emergió el Olajuwon definitivo. El fruto del trabajo meticuloso, una percepción del baloncesto como ciencia, y de una genética nigeriana pulida primero como portero de fútbol. No tocó un balón de baloncesto hasta los quince años, y siempre atribuyó a su primer amor deportivo su movilidad, sus reflejos y su excepcional juego de pies. De Nigeria, de la etnia yoruba y de una familia de clase obrera en la que era el tercero de ocho hermanos, sacó su ética de trabajo, sus principios inquebrantables… y la H de su nombre, que cuando llegó a Estados Unidos en 1981 se convirtió en Akeem pero que volvió a ser Hakeem (“doctor, hombre sabio”) en 1991. Porque su madre no paraba de preguntarle qué había pasado y porque quería mantenerse lo más fiel posible a su origen: musulmán practicante que fue Jugador del Mes cumpliendo el ramadán y que desde su retirada pasa media vida en su rancho de Texas, controlando sus negocios inmobiliarios, y la otra mitad en Jordania, el lugar en el que encontró el entorno que quería para sus hijos. Apartado casi completamente de los focos, sin acercarse a los banquillos o a las cámaras de televisión, se tiene más o menos por cierto que ese perfil bajísimo ha influido en que su carrera no sea tan reivindicada como debería por el gran público. Él lo resume de forma muy simple: “Mi religión es mi forma de vida”.

En los dos años de los anillos, la temporada y media sin Michael Jordan en la que ejerció de rey provisional de la NBA, Hakeem Olajuwon tuvo uno de los más productivos picos de rendimiento de una súper estrella en toda la historia de la NBA. En las temporadas 1993-94 (MVP) y 1994-95 promedió 24,6 puntos, 10,1 rebotes, 3,2 asistencias, 1,6 robos y 3,2 tapones. Antes, se había convertido en uno de los únicos cuatro jugadores (los otros son Nate Thurmond, Alvin Robertson y David Robinson) con un cuádruple-doble: 18 puntos, 16 rebotes, 10 asistencias y 11 tapones el 29 de marzo de 1990. Un año en el que, por ejemplo, también hizo un partido de 29 puntos, 18 rebotes, 11 tapones, 9 asistencias y 5 robos. Uno de 52 puntos y 18 rebotes, otro de 37 puntos, 25 rebotes y 5 tapones, otro de 34+20 y 8 robos... Sigue siendo (recuerdo que se empezaron a medir en 1973) el jugador con más tapones de la historia conocida (3.830) y el tercero en promedio (3,09) solo por detrás de Mark Eaton (3,5) y Manute Bol (3,34). También es el único jugador interior en el top 10 de robos (ahora noveno: 2.162) y es decimocuarto en rebotes (13.748).

Llegó a unos Rockets con 29 victorisas (29-53) y los convirtió en un año en un equipo de 48-34 y plaza de playoffs. Tiene dos anillos, un MVP, dos MVP de Finales, dos premios de Defensor del Año, 12 All Star, seis inclusiones en el Mejor Quinteto, tres en el Segundo y tres en el Tercero. Cinco en el Mejor Quinteto Defensivo y cuatro en el Segundo. Fue el único que le robó votos a Michael Jordan en la carrera por el Rookie del Año de 1985 y en su segunda temporada fue portada de Sports Illustrated y llegó a las Finales en lucha con dos de los mejores equipos de la historia: ganó a los Lakers y después ya no pudo con los Celtics de 1986. Pero fue en ese tramo 1993-95 cuando edificó la planta noble de su legado, puso su nombre junto al de los más grandes de siempre.Antes de las Finales contra Ewing y de su primer anillo, en 1994, había dejado una obra suprema de arte en el séptimo partido de semifinales del Oeste, una batalla tremenda contra los Suns que habían sido finalistas en 1993 (Charles Barkley, Kevin Johnson, Dan Majerle…). Los Rockets remontaron un 0-2, dos derrotas aparentemente letales en su pista, y cerraron con un partido majestuoso de Olajuwon: 37 puntos, 17 rebotes, 5 asistencias y 3 tapones.

Nunca subestimes el corazón de un campeón

Finalmente, en 1995 llegó el éxtasis, una de las grandes epopeyas de la historia del deporte estadounidense. El recorrido que resumió Tomjanovich después con aquel inolvidable “nunca subestimes el corazón de un campeón”, el equipo del destino que reunió (gracias a un traspaso en febrero) a Olajuwon y Clyde Drexler en Houston, la ciudad que habían puesto a sus pies con los Cougars, la fraternidad universitaria de los mates: Phi Slama Jama, los críos que jugaban por encima del aro. Los Rockets pasaron de 58 a 47 (47-35) victorias y, a pesar de la llegada de Drexler, cerraron el curso con un 17-18 en 35 partidos que los envió al tercer puesto de la Midwest, el sexto del Oeste. Nunca un sexto clasificado había sido campeón antes, nunca lo ha sido después. Para lograrlo, los Rockets derrotaron a unos Jazz de 60 victorias remontando, de un 2-1 a un 2-3, con el quinto partido en Salt Lake City; A unos Suns de 59 con un increíble 3-4 para el que tuvieron que ganar tres partidos seguidos (de 3-1 a 3-4), a domicilio el quinto y ese séptimo cerrado con el triple del beso de la muerte de Mario Elie. A unos Spurs de 62-20, el gran favorito al anillo que tenía a la pareja David Robinson-Dennis Rodman como teórico antídoto contra Olajuwon. Y, finalmente, a unos Orlando Magic que venían de un 57-25 liderados por un jovencísimo Shaquille O’Neal que ha reconocido muchas veces que nunca se llevó tunda como la que le dio Hakeem, el rival hacia el que más respeto mostró siempre.

Olajuwon y Ewing, en las Finales.
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Batalla en el Madison Square Garden: Olajuwon lanza y Ewing intenta taponarle. Se estaban jugando las Finales de 1994.

Contra los Jazz, Olajuwon promedió 35 puntos, 8,6 rebotes, 4 asistencias y 2,6 tapones. Contra los Suns, 29,6, 9, 3,7 y 2,3. Contra los Magic 32,8, 11,5, 5,5 y 2 (obvio MVP de la Final). Y contra los Spurs, en la lucha por el trono del Oeste y contra Robinson, Rodman y todo lo demás, sus medias fueron estas: 35,3 puntos, 12,5 rebotes, 5 asistencias y 4,2 tapones. Cuando le preguntaron a David Robinson cómo se resolvía el problema que suponía Hakeem, la respuesta del Almirante fue un simple “no se puede resolver”. En los dos últimos partidos, desde el 2-2, la diferencia de puntos fue 81-41 para Olajuwon, que cerró con 39 puntos, 17 rebotes y 5 tapones en el sexto. Fue la serie, además, en la que Olajuwon dejó, es historia de los playoffs, una de las muestras más hermosas de su Dream Shake, los movimientos al poste que lo convirtieron en un jugador único.

Entre las Finales de 1994 y las dos últimas series de 1995 contra Spurs y Magic, Olajuwon se enfrentó en 17 partidos a tres de los mejores pívots de siempre, Ewing, Robinson y Shaquille. El de los Spurs le empató a puntos en uno. En los otros 16 anotó siempre más que su rival directo. En todos. Así de lejos había llegado el chico que hasta los 15 años era portero de fútbol en Nigeria. Que para mejorar después de su primer año de College en Houston se pasó el verano entrenando con Moses Malone, el legendario pívot que jugaba por entonces (1982) en los Rockets. Malone era tan fuerte que Hakeem no podía moverlo en el poste y tuvo que exprimirse para aprender a ser más rápido, más flexible. El extraordinario Mo le enseñó que, finalmente, no había más secreto que desearlo más que el rival. El siguiente rebote, el siguiente tiro. Solo existía un cambio: “Do your work”. Trabaja. Cuando regresó a los Cougars, después de esas sesiones en el Fonde Recreation Center, sus entrenadores quedaron tan impresionados que compararon sus vuelos hacia el aro con un sueño. Y ese, The Dream, fue su apodo desde entonces. Desde la Universidad hasta el Dream Team II, el equipo campeón en Atlanta 96 con el que se desquitó tras no poder estar en Barcelona 92. Todavía no tenía la condición de jugador naturalizado y estaba pendiente de recibir un permiso especial de la FIBA para formar parte del Team USA tras haber jugado como junior con Nigeria.

No se puede hacer nada contra él. Lo intentamos todo. Dos defensas, tres, hasta cuatro. No se puede hacer nada

Pat Riley

El sueño: Hakeem es uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, desde luego. Y uno de los grandes pívots, un linaje venido a menos pero que durante décadas estableció la línea de sangre real en la NBA: se ganaba con el mejor pívot. Es difícil compararlo con Bill Russell y Wilt Chamberlain porque su baloncesto era otro, sus referencias y métricas distintas. Y parece imposible situarlo por delante de Kareem Abdul-Jabbar, hasta la llegada de LeBron James el único jugador con un caso objetivamente factible de disputarle el trono absoluto a Michael Jordan. A partir de ahí, es igual de complicado poner a cualquier otro por delante de él: Moses Malone, Bill Walton, David Robinson… ni siquiera a Shaquille O'Neal, seguramente el que llama a la puerta del debate con más fuerza. Pero, creo, es tan legítimo reconocer que el mejor Shaq, una fuerza de gobierno como pocas ha habido en la historia, era especialmente dominante como apreciar que Hakeem era más completo, mucho más determinante en defensa, con más armas y más años de plenitud. Son debates para el aficionado, al fin y al cabo. No cambian nada, no tocan un legado legendario ni la grandeza de un jugador único, imponente. El que pudo con todos los grandes pívots de su generación y dejó pendiente una gran guerra con Michael Jordan, el cebo para que discutamos hasta cansarnos que habría pasado si. Quizá sirvan como pista las palabras de Pat Riley, que entrenaba a los Knicks en aquellas Finales de 1994, las del Ford Bronco blanco: “No se puede hacer nada contra él. Lo intentamos todo. Dos defensas, tres, hasta cuatro. Jugadores desde todos los ángulos. No se puede hacer nada”. El sueño para los aficionado de los Rockets, la pesadilla para los rivales. The Dream: Hakeem Olajuwon.

 

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