Ya entienden lo de Camavinga

Sé que, en la lista de mis numerosos defectos, la pesadez ocupa un lugar de privilegio. Tengo obsesiones que intento compartir con los demás cada vez que se me ofrece la posibilidad. Sobre todo cuando me fijo en un futbolista. Y sobre todo cuando los demás no comparten mi opinión. Después de haber defendido a Karim Benzema contra vientos y mareas (y aficionados y prensa), sentí la necesidad de valorar la figura de Eduardo Camavinga. Y lo hice a menudo en estas mismas páginas cuando era un simple suplente. Hoy tengo que reconocer, con una clara falta de humildad, que tenía razón. Que mi compatriota es un jugador imprescindible para el Madrid y que, por fin, la gente lo va entendiendo.

No es que sepa mucho de fútbol (existen miles y miles de personas mucho mejor preparadas que yo) pero hay una cosa que cualquier ser humano un poco observador puede ver cuando Camavinga irrumpe sobre el césped. Y que lo delata todo. Juega con la cabeza alta, está concentrado a tope durante los 90 minutos de los partidos, no da nunca una pelota por perdida, va hacia adelante y escoge siempre la mejor solución para el interés colectivo. No busca la foto, es decir el protagonismo y los elogios. Juega sin ninguna soberbia. Y, sobre todo, lo vive todo con una alegría que da gusto. Hoy, en Anfield, el Madrid sólo se podrá sentir más seguro con Camavinga en el once.

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