Una falta ridícula en Anoeta
En el minuto 55 del partido de Anoeta se produjo una jugada singular sobre la que merece la pena reflexionar. Fue una falta sobre el área del Barça, de esas que permiten un pase oblicuo (en este caso de derecha a izquierda), siempre difícil para el portero. Fuera pero cerca del área se formaron las dos clásicas líneas de atacantes y defensores a la espera del pase, a cuyo lanzamiento acudieron un diestro, Zubeldia, y un zurdo, Brais Méndez. En maniobra sin duda entrenada, amagaron alternativamente hasta tres veces mientras atacantes y defensores iban al amaño o huían del mismo. Por fin sacó el zurdo, Brais Méndez.
La consecuencia fue catastrófica: tanto afán para confundir a la defensa del Barça sólo sirvió para meter a cuatro realistas (no aseguro que no fuera alguno más) en fuera de juego. Para más ‘inri’, el balón sacó la lengua a todos los que buscaron el remate (Le Normand fue el que estuvo más cerca) y a Ter Stegen, atento a ellos, y se le coló por la escuadra tras botar frente al enjambre. ¿Gol? No, no fue gol. ¿Y cómo, si no la tocó nadie? Pues porque frente a años en los que se alteró el criterio esencial sobre el fuera de juego, improvisando que el jugador adelantado no incurría en falta hasta que tocaba el balón, se ha regresado a la lógica inicial.
El Antiguo Testamento establecía que todo jugador adelantado que pretendía intervenir incurría en falta. Ahí estábamos de acuerdo todos. También en que el que absteniéndose de intervenir influía de alguna forma en la jugada a juicio del árbitro también debía ser sancionado. Pero vino una ola tonta de endulzarlo, se pasó de ‘posición más influencia’ a ‘posición más influencia más intervención’ y se olvidó lo esencial: el propósito del atacante de sacar ventaja de la situación, como era el caso. Ahora se vuelve a aquello, pero los que en Anoeta se quejaban lo hacían porque habrán visto goles así que fueron concedidos.