Territorio blanco

Stamford Bridge fue lo que se presumía, un campo que no intimidó al Madrid en ningún momento. Ni el campo, ni el Chelsea, equipo construido de manera insensata, golpeando el mercado con millones, sin criterio y medida. Hace dos años ganó la Copa de Europa. El Chelsea era duro de pelar: intenso, bien organizado, rápido y con varios jugadores de primera calidad. Aquel equipo estaba construido con mucho dinero, pero también con una lógica interna. Jugadores como Mason Mount y Reece James ponían el acento en la importancia de la cantera. Aquel Chelsea se ha evaporado en el éter de los millones mal gastados. Ni es equipo, ni nada que se parezca. Sin completar una noche brillante, el Madrid tradujo su superioridad con el mismo resultado que consiguió en la idea. Total: 4-0.

El Madrid sucedió el pasado año al Chelsea como ganador de la Copa de Europa, un dato que invitaría a hablar de equilibrio entre los dos equipos. La realidad dice lo contrario: el Madrid se encuentra en las antípodas del Chelsea. Un club y un equipo estable, perfectamente consciente de la posición que ocupa en la historia del fútbol, y otro en proceso autodestructivo, comprando mucho y muy caro, devaluando sus compras inmediatamente, de manera vertiginosa.

El Chelsea llegó hasta donde pudo en el partido. No le faltó coraje, dedicación, entusiasmo y hasta alguna oportunidad clamorosa, desbaratada por Courtois, que ha adquirido proporciones míticas en las tres últimas temporadas. En los repetidos éxitos del Real Madrid en Europa, Courtois es tan o más importante que el más importante de los jugadores. En el Bernabéu, el portero belga evitó el gol de Sterling con una intervención excepcional. En Stamford Bridge repitió el prodigio, esta vez frente a Cucurella, intimidado por la reacción del gigantesco guardameta. En los dos casos, el partido circulaba con el 0-0.

Courtois no sólo destaca por sus extraordinarias paradas, sino por el momento en que se producen. No es el portero artista del equipo que gana 3-0. Es el portero que decide partidos cuando cuenta, en los momentos donde el Madrid se siente y se sabe comprometido. No hay un portero en el mundo que garantice tantos éxitos a un equipo, con otro valor añadido: Courtois ha llegado a un punto en el que intimida a los rematadores. Les obliga a pensar más de lo conveniente.

El esfuerzo del Chelsea no ocultaba sus deficiencias. Equipo mal estructurado, con lagunas tácticas importantes –el flanco de Chalobah fue una mina para el Real Madrid- y con jugadores que no empalman bien, como si acabaran de conocerse. La verdad es que la mayoría acaban de conocerse. En el Madrid se conocen todos, desde hace mucho tiempo y con un impresionante botín de títulos a sus espaldas. En la Copa de Europa ha ganado tanto y a tantos que se siente invulnerable.

Donde sus rivales sufren de ansiedad y dudas, el Madrid disfruta de su territorio más querido. Se siente dueño de la competición –semifinalista en 11 de las 13 últimas ediciones– y esa seguridad la transpiran todos los jugadores, los más veteranos y los más jóvenes. No sería justo, en cualquier caso, considerar que el éxito del Real Madrid se debe a cuestiones esotéricas, a un aura especial. Lo que distingue al Madrid es la altísima cantidad de maravillosos jugadores, desde los míticos veteranos –Benzema, Modric, Kroos- hasta los más jóvenes. Cuando se habla de Vinicius, Rodrygo y Camavinga, estamos antes tres de los cinco mejores futbolistas menores de 23 años en el panorama mundial, perfectamente adiestrados para tomar el testigo de las venerables figuras. Es una rueda engrasada, eficaz y continua que no se detiene. En el Chelsea podrían tomar nota de cómo se hacen las cosas.

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