Tarjetas arcoíris

Con unas pintas de cerveza y una servilleta en la que anotar 14 reglas sencillas, el fútbol conquistó el mundo desde una taberna inglesa. Quizás haya sido la última gran aportación europea en los albores de la sociedad de masas antes de convertirse Estados Unidos en la potencia militar, económica y cultural de la Galaxia Gutemberg. Que se queden con su fútbol americano, sus cascos y sus ridículas hombreras. Hasta resulta herético que le llamen football si sobre todo se juega con las manos.

Puede que en parte su éxito y universalización radiquen en ser algo así como la continuación de la guerra por otros medios, por parafrasear a Clausewitz. A fin de cuentas se trata de que un pelotón de infantería al mando de un capitán conquiste el ‘país vecino’ y ocupe su ‘cuartel general’ (la portería) sin dar mas patadas que al balón. Una especie de Risk con ‘soldados’ en una pradera en vez de con dados en un tablero, y con el que las ciudades se jugaban el honor contra sus vecinos.

Para que cuajase era por tanto imprescindible la interpretación también universal del reglamento, la sencillez que le ha hecho tan popular. Todos conocíamos sus normas básicas, también los colegiales. Dos carteras a modo de portería a la salida de clase en cualquier descampado y un balón era suficiente. Ni árbitro hacia falta, al haberse suprimido en nuestras disputas infantiles el fuera de juego. Como mucho la ley de la botella (el que la tira va por ella) y a los tres córners penalti. Si se prolongaba el partido hasta la anochecida se recurría a ‘el que marque gana’ y se acabó.

De vez en cuando el futbol profesional introducía alguna mínima modificación aislada, entendible y recomendable, como las tarjetas en 1970 tras las violentas experiencias del Mundial de Inglaterra cuatro años antes, la penalización de la cesión al portero a finales de los 80 para evitar la perdida de tiempo o la expulsión por falta intencionada en ocasión manifiesta de gol en los 90. Pequeñas variaciones de década en década.

Ahora sin embargo hemos entrado en una fase centrifugadora cada año, añadidos postizos que han adulterado e imposibilitado su comprensión, con el estrambote de ese engendro llamado VAR. Actualmente, para ver si una mano es penalti o un fuera de juego posicional es invalidante hay que hacer una cuadrícula sobre una pantalla de plasma y ver si el sobaco está alineado con el eje magnético de la tierra o si la sombra de un delantero proyectada sobre el penúltimo defensor es propia de un equinocio, de un solsticio o de una noche de plenilunio. La última genialidad que barruntan es al parecer la tarjeta azul para supuestamente cortar las faltas tácticas y las protestas. Denles tiempo y tendremos tarjetas con todo el muestrario cromático del arco iris.

En tiempos de confusión, volvamos a los orígenes, a la servilleta de la taberna de Londres o al descampado a la salida de clase. Que pregunten esos de la Internacional Board a nuestros colegiales. Cualquiera de ellos tiene mas sensatez que ese cuerpo de juristas del fútbol que se ganan la vida haciendo incomprensible nuestro añejo y querido balompié.

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