Poneos cómodos, ya viene la épica

Un estudio del London School of Economics llegó a la conclusión de que la celebración de los Juegos Olímpicos del 2012 tuvo un impacto positivo en la felicidad de los londinenses. Entrevistaron a 26.000 personas y el efecto Juegos se notaba en el cutis inglés como si de bótox se tratase. Eso sí, era un efecto breve, como el propio bótox.

En general, las ciudades anfitrionas gastan bastantes recursos en atraer y albergar los Juegos Olímpicos, pero la evidencia hasta la fecha sugiere que no tienen un beneficio económico significativo. En algunas ciudades ni siquiera ha habido una regeneración urbana notable (París, la ciudad anfitriona en 2024, promete ser diferente en este sentido). A veces no se cumple esa frase pomposa que tanto nos gusta a los periodistas, no existe eso del “legado olímpico”. Pero, sin embargo, no es un gasto que genere muchísimo rechazo entre la población, probablemente por lo que decía en el primer párrafo de esta columna, porque los Juegos Olímpicos nos mantienen alegres e impresionados durante semanas

Por supuesto, hay quienes se enfadan por las coberturas parroquiales exageradas (“cómo si no hubiese cosas más importantes en el mundo de las que hablar”). También hay quienes odian estas fechas del mismo modo que odian cualquier cosa medianamente popular. Pero, para muchos de nosotros, los Juegos Olímpicos son una distracción fascinante. Este es el aspecto que eleva a los Juegos desde las colchonetas sudorosas, pistas, piscinas o campos hasta un plano casi filosófico: el de la épica, cuando el deporte alcanza la perfección, justo antes de que esta se vuelva a ensanchar. La épica nos ciega, nos hechiza e hipnotiza.

Diez mil atletas lucharán en París por hacernos creer que también nosotros somos capaces de lo imposible. Que no os extrañe si os entran ganas de practicar escalada, pentatlón moderno o piragüismo en eslalon durante la segunda semana de agosto; que no os sorprenda sobreestimar vuestro estado de forma. Tranquilos, el efecto Juegos, esa droga de la felicidad, es pasajera. Pronto volveremos a creernos lo que somos: simples mortales.

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