Lewandowski y la lechuga
En el Reino Unido ha durado más una lechuga que la primera ministra Liz Truss. En el Barça no hay ninguna duda de que sin Lewandowski, Xavi más temprano que tarde se hubiera puesto pocho. El polaco es un delantero extraordinario que empezaba a ponerse nervioso en la primera parte ante el Villarreal porque no conectaba con sus compañeros hasta que marcó dos goles en cuatro minutos y le dio un aire, un alivio, una alegría, que su equipo, y su entrenador, necesitaban urgentemente.
El cronómetro corría en contra del equipo culé porque el sopapo en la Champions seguido de la derrota en el Bernabéu provocaron, por fin, que el relato bajara al planeta tierra y que el reflejo en el espejo no les devolviera la imagen tan estupenda que nos estaban contando y que muchos compraron porque nada es tan adictivo como la ilusión. Y aunque Xavi soltara en la previa que en Madrid habían jugado a lo que querían, ante el Villarreal hizo cinco cambios, incluidos Dembélé y Busquets. Su apuesta por el primero ha sido contumaz desde que llegó al banquillo. Incluso cuando el francés se rio del club y se negó a renovar. Sus elogios también han sido constantes, pese a que cualquiera con dos ojos en la cara podía ver que para un entrenador que tiene como máxima el control y el dominio, la pulcritud (esa palabra que esta temporada ya se le ha olvidado) Dembélé es justo lo contrario.
A De Jong, en cambio, no le defendió igual cuando Laporta y compañía hasta filtraron que veían indicios de delito en su contrato y fueron a por él por tierra, mar y aire para que se largara. Ahora es necesario porque Busquets queda retratado en los partidos grandes y Kessié por el momento es invisible. Ni está, ni se le espera.
La victoria es terapéutica, pero la pitada del Camp Nou a Piqué cuando salió en el 78′ indica también hasta qué punto el ambiente está enrarecido. Ya puede estar fresco Lewandowski en lo que queda, que es mucho, porque si no se les pondrá a todos cara de lechuga.