La grandeza de Mikaela

Hay hitos del deporte que parecen inalcanzables, hasta que dejan de serlo. Una de esas marcas eran hasta ayer las 86 victorias de Ingemar Stenmark en la Copa del Mundo de esquí alpino, que brillaban en el marcador de los imposibles desde 1989. Ningún otro hombre se había aproximado nunca. El más laureado tras él, para que se hagan una idea, es Marcel Hirscher, con 67. Lejos. Lindsey Vonn, en el circuito femenino, sí se acercó a los números del sueco, con 82, otra plusmarca que parecía fuera del alcance de los mortales. Pero los dos registros han caído en el presente 2023. Mikaela Shiffrin es la reina absoluta. El 24 de enero batió a Vonn, la cumbre femenina. Y ayer adelantó a Stenmark, el rey total. Shiffrin ha enlazado dos días gloriosos en Are, justo en el país de su mítico predecesor. El viernes ganó el gigante, para igualar el récord, y el sábado conquistó el eslalon, para abrir una nueva página de la historia.

Precisamente Stenmark sólo sumó éxitos en esas dos especialidades, las dos disciplinas técnicas alpinas, que también son las favoritas de su sucesora, aunque ella sí ha sido capaz de ampliar su repertorio para vencer en pruebas de velocidad. Dice Ingemar que Mikaela no parará ahí, que rebasará los 100 triunfos y colocará otra cima imposible. Seguramente lleve razón. La estadounidense de Colorado fue una niña prodigio, que debutó en la Copa del Mundo en 2011, con 15 años, curiosamente también un 11 de marzo, y que logró su primera victoria sólo un año después, curiosamente también en Are. Los éxitos de Shiffrin han estado siempre rodeados de señales que anunciaban una carrera galáctica. El esquí es uno de los deportes individuales que reparte los mismos premios a mujeres y hombres, aunque en su caso suele superar anualmente la barrera masculina, porque suma más victorias. Ahora también se ha sentado al trono de la historia. Ella es la más grande. Sin género de dudas.

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