Juventud, divina juventud

Reconozco que soy un hombre de 53 años que, cuando se trata de fútbol, olvida a veces que ha sido joven. Aquella noche de Copa del Rey en Vila-real me molestó de forma exagerada ver, en las redes sociales, la foto de Aurélien Tchouameni disfrutando en París de un partido de NBA. Mi primera reacción, como mucha gente y en particular como los aficionados madridistas, fue enfadarme con mi compatriota y decir que no había entendido lo que significa llevar la camiseta del club más importante de la historia del deporte. Una vez pasado este reflejo de viejo conocedor del Madrid, recordé primero que Tchouameni sólo tiene 23 años y segundo que, a lo largo de mi carrera había conocido a grandes estrellas del fútbol que, cuando estaban sancionadas o lesionadas, no veían en la tele los partidos de su equipo.

Cierto es que el mediocentro francés cometió un error que no afectó a su estado físico ni a su estado mental sino que dañó un poco su imagen. Sobre todo porque está en su primera temporada y tiene que demostrar su implicación real en su nuevo club. Como buen padre, Carlo Ancelotti supo hablar con él y perdonarle. El club tampoco le sancionó. Una buena decisión, sin ninguna duda. Porque ayer, Tchouameni demostró haber asimilado que se había equivocado y que ahora es un poco más madridista de lo que era antes de su viaje a París.

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