Hay que ganarlo, también por Italia
Italia SÍ está en Qatar. Se hablan muchos idiomas en esas cuatro Torres de Babel que conforman el hotel Ezdan, grande entre los grandes de Doha con nada menos que 3.000 habitaciones. Sorprendentemente, el italiano es la lengua más escuchada estos días por los pasillos del imponente albergue. Este ejército de periodistas se empeña en informar a una Italia que vive los Mundiales como casi ningún otro país, tiene cuatro Jules Rimet en sus vitrinas y, desafortunadamente, vuelve a echarse de menos después de faltar ya en Rusia 2018. Una encuesta revela que España, tan sólo por detrás de Argentina, es la selección de las que han viajado a Qatar a la que más animarán los que viven a un lado y otro de los Apeninos. Habrá que ganarlo, por ellos también.
El antifútbol se disfraza. He escuchado a cinco decenas de croatas y una centena de serbios enfrentándose a puro cántico en la estación de West Bay; he visto a 40.000 mexicanos contra 40.000 argentinos gritar con locura latina en la grada de Lusail, mientras sus selecciones se jugaban sobre el césped lo que les quedaba de vida; disfruté de batucadas brasileñas en El Corniche y me reí con ingleses resacosos que se bañaban muy de mañana en la playa de La Perla... En Qatar se ven un montón cosas absolutamente abominables. Pero lo de que aquí “no hay ambiente de Mundial” es una mentira como un castillo. No se dejen seducir por los disfraces: algunos no sentencian este torneo para posicionarse a favor de los derechos humanos, no. Lo hacen porque están en contra del fútbol.
Twitch Enrique. Además de exponer con orgullo un camión de trofeos europeos y mundiales, en el Museo de la selección alemana de Dortmund se burlan también, y mucho, de las decepciones de todo pelaje que han padecido durante su historia: las finales perdidas de 1982, 1986 y 2002; el gol fantasma del inglés Hurst en 1966... ¡Hasta el cabezazo de Carles Puyol que les dejó KO en Sudáfrica! Para exponer sus desgracias en Mundiales y Eurocopas, La Roja tendría que alquilar varios hangares. Luis Enrique, al que Tassotti hizo sufrir en sus carnes (más bien en su nariz) uno de esos episodios sonrojantes, parece haber tirado por la calle de en medio y se ríe cada noche en Twitch de las penas que pasamos y de lo peor que aún quede por venir. No existe mejor terapia: el que canta (y stremea) su mal espanta.