El Rayo Vallecano de Rita Barberá
Un presidente especulador y una política sin escrúpulos. ¿Qué puede salir mal en Vallecas? Abandonen cualquier esperanza de que un plan liderado por Martín Presa y Díaz Ayuso para el estadio tenga en cuenta sentimientos, valores culturales, opiniones ciudadanas y argumentos románticos. El recinto se tirará, sobre sus ruinas crecerán pisos de lujo, el club se mudará a las afueras y el Rayo será un club intercambiable con el Getafe o el Leganés. Igual acaba jugando Champions. Igual acaba en Tercera. Dará igual, todos los objetivos del poder se cumplirán y el St Pauli español seguirá siendo una quimera.
Perdón por el pesimismo, pero todo esto se parece demasiado a Valencia en 2007 cuando la alcaldesa Rita Barberá celebraba fiestas de Prada en el Mercat, la Formula 1 compartía el puerto con las regatas de la Copa del América y el colofón iba a ser una final de Champions en el nuevo Mestalla. Barberá se libró de los tribunales por defunción, no así un buen puñado de sus concejales y el club acabó en manos de un descuartizador de empresas que se hizo con un gigante a precio de saldo y lo acabará vendiendo en cuanto pueda. Hará un buen negocio, que nadie lo dude. A la afición le toca tragar y protestar en la clandestinidad porque LaLiga censura las pancartas. Así ocurrió el domingo pasado cuando la realización negó a la audiencia la opinión libre y democrática de los vallecanos contra la mudanza de su equipo.
Podemos querer mucho al Estadio de Vallecas pero no es su obsolescencia lo que nos gusta. No son sus colas analógicas para sacar un abono, ni su falta de espacio y servicios lo que queremos proteger los que creemos que el Rayo debe permanecer en Vallecas. Es su papel como club alternativo, como representante de un barrio y el carácter rebelde de su afición lo que seduce. Lo que convierte a este club en una entidad única es su gente. Su afición y los vecinos de Vallecas son lo último que ocupa al dueño de las acciones y a la responsable del futuro de la parcela de Payaso Fofó.