El Madrid pasa con un empate tremendista
Quedaban pocos minutos para el final cuando Kroos le hizo señas a Rüdiger para que subiera al área; el central lo hizo, Kroos se la puso con su precisión de cirujano en la frente y el cabezazo se marchó fuera por poco. Ya se quedó ahí. Era la señal para el arreón final de un Madrid que jugó muy cómodo durante una hora larga y mal cuando, ya con Modric y Vinicius, intentó algo más. Al menos, eso sí, consiguió el empate con esa fórmula del pelotazo al central palomero, recurso grosero que ni al mismísimo Cruyff, que lo practicó con Alexanco, le dio vergüenza utilizar. Y por ahí vino el gol del empate, en el último minuto del descuento.
Fue un gol tremendista: Trubin salió a despejar de puños, Rüdiger llegó un instante antes, remató y de inmediato chocaron las cabezas con violencia extrema. Rüdiger sangró abundantemente, Trubin quedó KO. Los dos pagaron un precio por su esfuerzo, pero sólo uno alcanzó el premio. Para el Madrid el empate es un éxito menor, premio excesivo para un partido malo; para el Shakhtar fue una desilusión cuando ya acariciaba un triunfo de prestigio que podía abrirles buenas perspectivas de futuro. Me solidaricé con su pena al verse sin un triunfo que ya acariciaban. El fútbol no da soluciones, pero sí alegrías, y el Shakhtar mereció darle ésta a su gente.
Porque jugó mejor, tomó el partido más en serio mientras el Madrid, entre rotaciones y confianza, dejó pasar la noche. Hazard acumuló una nueva decepción, pero no sólo él, que al menos ya está de vuelta. Tampoco Tchouameni, que jugó de salida, ni Camavinga, ingresado sobre la marcha, dejaron buenas señales. Y a Mendy el gol del Shakhtar le pilló pensando en las musarañas. Y bien pudo sumar otro el Shakhtar, en una jugada que terminó con el remate al larguero, y en general hizo lo mejor, sobre todo cuando el balón pasó por Mudryk, llamado a pisar altas cumbres. El Madrid dio el cante. Se queda con la clasificación, que no es poco.