El Madrid fue toro, el Barça fue torero
El Clásico ha dejado una polvareda de comentarios a la altura del acontecimiento. Creo que desde la decadencia de Messi no habíamos asistido a uno con tanta expectación previa, intensidad en su desarrollo y espectacularidad. La dimensión de la crisis en que el 0-4 haya o no metido al Madrid la mediremos en pocas semanas. Lo que ya es inequívoco es que este partido cierra definitivamente el pesaroso caminar del Barça desde aquel año de la pandemia, el 2-8 en Lisboa, la salida traumática de Messi y la licencia definitiva de sus últimos compañeros de época, que lo eran también de pandilla extractiva.
Flick ha hecho un gran Barça desde la sencillez y la convicción. Viendo el atrevimiento con que desafió a los velocistas del Madrid con su defensa a cincuenta metros, recordé la inseguridad con que Cruyff solía presentarse en el Bernabéu, donde tomaba unas precauciones impropias. Flick hizo pasar a sus hinchas sustos espeluznantes, arriesgando el partido a la seguridad de un sistema que parece frágil pero que bien entrenado resulta. Se supone que el Madrid también habría ensayado la contratáctica, pero no resultó. Que Mbappé cayera ocho veces en fuera de juego habla de preparación sin esmero.
En resumen, el Madrid fue toro y el Barça, torero. Pasó lo que había previsto Flick, que vació las embestidas del toro a riesgo de alguna cogida y así paró, templó y mandó. En la segunda mitad el partido fue menos vertiginoso y el Barça controló el ritmo con los ingresados De Jong para la pausa y Olmo para dar sentido a los ataques. Un partido realmente bueno, premiado con un resultado aún mejor. Y un éxito de la firmeza de Flick, que contrasta con las dudas de Ancelotti. Mueve el dibujo y los jugadores en torno al impasible Tchouameni, ese estafermo que parece haber convertido en su amuleto.
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