El alarmante descrédito del arbitraje
Que David López se atreva a decir que Ortiz Arias le había insultado sin que tal cosa se produjera, y eso parece, pues el CTA tiene la grabación y ofrece al Girona escucharla, revela hasta qué grado tan profundo se está degradando el respeto al arbitraje. Que RMTV se dedique con abrasiva frecuencia a poner en la picota a los árbitros que le van tocando, es otro síntoma peor. ¿Fórmula de presión? No parece que resultara con De Burgos, a la vista de cómo de enfurecido llegó a estar Ancelotti (“¡No me toques!”), hombre más bien calmado. Y eso que pudo ser peor para el Madrid, porque la acción de Bellingham sobre Rakitic pedía expulsión.
El problema no es que sean malos. No creo que lo sean tanto como piensa el macizo de la afición, ni tan malvados como insinúa el Madrid. El problema es que se ha perdido la credibilidad en el sistema. Nos están cambiando el Reglamento hasta el punto absurdo de anular un gol por un quítame allá ese talón de Bellingham cuando, precisamente, está habilitándose a toda prisa. O hasta el de pitar manos porque sí o no pitarlas porque no en situaciones idénticas. Todo tras pasar por el errático filtro de un VAR que a veces afina como un sexador de pollos y otras deja pasar cosas tan gruesas como el juego peligroso antes del penalti contra el Rayo.
Y, lo peor, así sigue el caso Enríquez Negreira, ante el que la Federación se cerró como una concha dejando al pairo al único que denunció, Estrada, que ahora contraataca revelando que tras la sala brumosa del VAR hay una sala tenebrosa. En realidad no es más que la sala de estancia de un árbitro suplente, pero tal y como están las cosas muchos lo han concebido como el laboratorio de alquimia de Clos. Al fin y al cabo, estos que malmandan hoy en el CTA hicieron su carrera durante los largos años en que Enríquez Negreira pasaba el cepillo a los sucesivos presidentes del Barça. Los árbitros españoles de hoy lo tienen muy difícil.
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