Carlos Sainz, en Silverstone y con Ferrari

Me figuro que la pole de Carlos Sainz convocaría ante la tele a un público no tan habitual de la Fórmula 1 como el que la sigue religiosamente. Fue una suerte, porque la carrera, además del final feliz (habían pasado 9 años ya desde la última victoria de Alonso) nos ofreció toda la emoción y las sorpresas que puede deparar este deporte empezando por el terrible accidente de la primera curva, cuando Zhou salió volando sobre las guardas y patinó boca abajo hasta la protección del público. La fortaleza del Halo le salvó, pero la angustia de la escena aún estremece. Toda la brutalidad y toda la ciencia de la Fórmula 1 concentradas en breves segundos.

Bandera roja y malas noticias para Carlos Sainz, que había perdido la punta en la salida. Verstappen salió con blandos con la idea de adelantarse (cosa que hizo) a cambio de dos paradas posteriores, y resultó que la primera le salía gratis. Reemprendió delante, ya con medios y sin parada extra. A partir de ahí se desarrolló una carrera llena de emociones, en la que Sainz recobró, perdió, recobró, perdió y recobró de nuevo finalmente la primera posición en distintos avatares (uno de ellos, órdenes de equipo, cediendo el puesto a Leclerc). Todo dentro del carrusel habitual de incidentes, averías, cambios de neumáticos…

Las últimas vueltas fueron tremendas, con Carlos Sainz sobrenadando por encima de un enjambre en el que Sergio Pérez, Hamilton, Leclerc y Fernando Alonso disputaban sañudamente las otras dos plazas del podio. Llegamos a soñar que el asturiano, que ganó dos puestos en la maniobra de salida e hizo gran carrera, lo lograra, pero no se nos dio. A cambio se nos dio lo principal: la victoria de Carlos Sainz, piloto de dinastía, en Silverstone y con Ferrari. Victoria de doble prestigio, pues, en una carrera que contuvo todas las emociones posibles en la Fórmula 1, incluida la milagrosa visión final de Zhou tan fresco, después de su espeluznante percance.

Lo más visto

Más noticias