Opinión

Aburrir: el moderno pecado capital

Podría decirse que lo peor que le puede ocurrir al aficionado moderno no es que su equipo pierda sino que, incluso ganando, lo haga siempre de una manera tan plana que termine por aburrirle hasta la médula...

JAVIER GANDUL
Actualizado a

De pequeña me aburría tanto algunas tardes en casa de mis abuelos que me aprendí de memoria cuantos pasos había a lo largo y lo ancho del jardín juntando los pies. Ciento cuatro. El experimento se convirtió en una especie de rutina y a diario andaba de un lado a otro del césped dando esos pequeños pasitos desequilibrantes. Hoy en día, la tecnología nos ha acelerado tanto que ha cambiado nuestra percepción del tiempo y su valor. El cambio no es solo práctico, es mental: nos hemos vuelto más impacientes, más ansiosos, más expectantes y muchísimo menos tolerantes al aburrimiento.

Whatsapp nos permite escuchar los audios acelerados, las series se han ido contrayendo progresivamente hasta transformarse en miniseries, las noticias se ajustan a un número limitado de caracteres para no poner a prueba la paciencia del lector, etc. Y esta lógica de inmediatez no es ajena al mundo del fútbol, claro. En ese sentido casi podría decirse que lo peor que le puede ocurrir al aficionado moderno no es que su equipo pierda los partidos, sino que, incluso ganando, lo haga siempre de una manera tan previsible o plana que termine por aburrirle hasta la médula.

El Real Madrid lleva meses dejando una sensación de relativa indiferencia en los aficionados después de los partidos. Los jugadores, sin el magnetismo esperable salvo alguna excepción como Mbappé o Courtois, no consiguen bascular bien los balones hacia el centro del campo, lo que provoca que la mayoría de los esfuerzos ofensivos se vean descoordinados o plomizos. Ganan, puntúan, siguen vivos en todas las competiciones, pero no emocionan demasiado. Y eso es pecado capital en un deporte donde el éxito lo define siempre el punto más débil de juego y no el más fuerte.

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Un equipo tedioso casi que ni enfada, simplemente provoca una pegajosa sensación de desconexión mental; digamos que no mata la pasión por unos colores −la pasión es casi inmortal−, pero sí mata algo valiosísimo hoy en día: el tiempo.

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