Uno entre un millón
Con la Liga sentenciada, el Madrid se reserva para Europa. Y se encomienda a Vinicius, que encarna el espíritu ganador del club, de la misma manera que el triunfo en la temporada pasada se cimentó en un Benzema descomunal. Ciertamente, una parte de la personalidad de Vini resulta enojosa. Sus provocaciones, su arrogancia y sus exageraciones gestuales avergüenzan a muchos aficionados y a no pocos rivales y compañeros. En la biografía de muchos de los grandes jugadores siempre hay algún deshonroso borrón.
Hay ejemplos en todos los ámbitos de la creación. Borges viajó en 1976 a Chile para recibir un doctorado honoris causa de manos de Augusto Pinochet. Por si fuera poco, elogió el régimen dictatorial y aceptó ser recibido por el tirano, al que describió como una excelente persona. Parece que aquello le costó el Nobel.
En una canción de Guns N’ Roses —One in a million— Axl Rose insulta a los afroamericanos, acusa a los inmigrantes islámicos de querer construir una réplica de Irán y hace responsables a los homosexuales de esparcir la epidemia de su época, el sida. La música es genial; la letra, verdaderamente despreciable.
Sin embargo, los errores de Borges, Axl o Maradona no pueden hacernos olvidar el resto de sus carreras. Es injusto tener en cuenta solo los desaciertos, por estúpidos y execrables que parezcan. El Pibe, sin duda, eligió el mal camino en más de una ocasión, pero es imposible borrar de la memoria todos los instantes efímeros, pero prodigiosos, que nos regaló. Se erigió en un colosal artista en la cancha, como otros lo hicieron en la literatura o la música. A pesar de tropiezos vergonzosos.
Según María Kodama —la viuda de Borges—, el escritor argentino se arrepintió del episodio en Chile, de la misma manera que Axl Rose acabó reconociendo su error y excluyó One in a million de su disco recopilatorio. ¿Y cuántas veces oímos a Maradona maldecir el día en que probó la cocaína y pedir perdón a cuantos hizo daño con su conducta? Seguiré leyendo a Borges, oyendo a Guns N’ Roses y adorando a Maradona. Y nadie me impedirá que disfrute con las endiabladas jugadas de Vinicius, mientras espero que el chico madure y se dé cuenta, algún día, de que sus tonterías empañan su genialidad. Caer, no cae bien. Y lo comprendo. Pero, ¿quién posee su verticalidad, su cambio de ritmo, su inteligencia para regatear y asistir? ¡Ni uno entre un millón!
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