Opinión

Ter Stegen y la difícil gestión del adiós

Flick le hizo una concesión en Guadalajara, pero su tiempo en el club parece ya acabado.

Associated Press / LaPresse
Redactor jefe de AS. Fue colaborador en AS (2000-04) y, después de pasar por Málaga Hoy, regresó como jefe de Sección en Málaga. Delegado de Andalucía entre 2009 y 2012, colaboró en la integración digital-papel de AS en Madrid. Cubre la información del Barça y la Selección de baloncesto. Tres Juegos Olímpicos. Colaborador de SER, Canal Sur y Gol.
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Controvertido. Ter Stegen ha estado cerca de ser una institución en el Barça. Aterrizado en 2014 gracias a la audacia de Zubizarreta, que vio en el alemán el estereotipo perfecto de portero del futuro, sus dos primeros años fueron ejemplares. Respetó la decisión de Luis Enrique, que quiso incorporar a Bravo porque se sentía más seguro con el chileno, y se dedicó a rendir en el rol que le correspondía. Fue el portero titular de la última Champions que conquistó el club azulgrana (2015); y aguantó un curso más así ayudando a ganar la Copa de 2016. Luego, decidió cortar por lo sano y plantarse en los despachos de Bartomeu y Robert Fernández para amenazar con irse si no era titular de la Liga. El club se vio obligado a enseñarle la puerta de salida a Bravo. Una decisión que podía tener sentido comparando las edades de ambos, pero que terminó por darle una diabólica cuota de poder.

Desenlace. Ter Stegen quiso jugar siempre, sin importarle demasiado si Cillessen, Neto, Iñaki Peña, o el que pasase por ahí, se sentía mejor o peor. Su rendimiento nunca fue a más. Sus problemas en la rodilla derecha y la espalda comenzaron a hacerse recurrentes. Deco, en una decisión valiente, decidió cortar por lo sano la primavera pasada, cuando atacó el fichaje de Joan García. Sencillamente, ya no confiaba en él. Ter Stegen se lo tomó tan mal que empezó una secuencia de derrapajes que no se correspondían con el brazalete de capitán al que había accedido. No viajó a la semifinal de Milán, se negó a hacer el discurso del alirón y, finalmente, se autodiagnosticó su tiempo de ausencia para torpedear la inscripción de un compañero. Reculó a tiempo, pero su rebeldía dejó huella. Flick, gracias a la bondad de Szczesny, le hizo una concesión el martes en Guadalajara, pero su tiempo como portero en el club ha pasado. Ter Stegen, más prudente en sus actos estos últimos meses, debe decidir. Si se queda, ya sabe qué le pide la afición: que no intente avasallar a nadie.

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