Tambores de guerra

Raro es el Madrid-Barça, o su inverso en campo catalán, que no deja consecuencias, más aún si cualquiera de los dos equipos se impone con contundencia y coloca al rival en la obligación de explicar sus deficiencias. Suele ser un partido sin zonas grises. En el Clásico del sábado produjo lecturas extremas: acreditó definitivamente la vertiginosa ascensión del Barça y reiteró las sospechas que planean sobre el Real Madrid. Sale gravemente herido de su escandalosa derrota.

Recibió cuatro goles en el segundo tiempo, destruido por el vendaval de juego que impulsó el Barça. En ese periodo se observó una distancia sideral entre los dos equipos, pero en cierto modo fue igual de relevante la primera parte, donde la ficción pretendió superar a la realidad. Fue un caso de espejismo radical: cada una de las oportunidades del Madrid estuvo precedida por la misma cantidad de offsides de sus delanteros, especialmente Mbappé, que igualó con ocho fueras de juego el gravoso récord de Ibrahimovic y Ciro Immobile en cualquiera de los grandes campeonatos europeos, desde 2015 hasta aquí.

La diferencia entre las verdaderas ocasiones de gol y la simple sensación de amenaza estriba en la validez de las acciones. No se pueden contabilizar como verdaderas oportunidades las rechazadas por el reglamento, en este caso por los reiterados fueras de juego de Mbappé y, en ocasiones, de Vinicius. En este sentido, la estrategia de Flick se impuso con claridad a la réplica de Ancelotti.

Lejos de arrugarse o de tomar cautelas en la siempre comprometida visita al Bernabéu, Flick añadió más madera al partido. El Barça no cedió un palmo. Explicó sin el menor asomo de duda por qué es el equipo de Europa que más veces coloca en posición desairada a las delanteras rivales. En las 11 jornadas de Liga ha provocado 77 fueras de juego, el doble que el segundo, el Brighton. Un promedio exacto de siete por partido. Frente al Real Madrid, lo consiguió en 12 ocasiones. Por momentos, recordó la célebre noche del Milan de Sacchi frente al Real Madrid de Toshack en la temporada 1990-91.

Como en aquel partido, el Madrid no cayó en la invitación al fuera de juego. Vivió en fuera de juego, hasta el punto de admitir una especie de fatiga de combate. Terminó el primer tiempo obsesionado por la eficacia de lo que se antojaba el suicidio defensivo del Barça frente a Mbappé y Vinicius, las dos balas más famosas del mundo. El firme, constante, milimétrico plan defensivo de Flick, perfectamente interpretado por sus jugadores, se impuso con claridad al básico proyecto del Madrid, empeñado en buscar las carreras de sus dos delanteros a cambio de olvidarse del juego. No propuso alternativa alguna a su ineficaz modo de maniobrar en el campo.

Aunque las críticas se dirigieron a Mbappé más que a ningún otro, todas las líneas del Madrid quedaron bajo sospecha. Frente al astuto desempeño de los centrocampistas del Barça, caracterizados por la ligereza de su físico, en contraste con la imponente estampa de Bellingham, Tchouameni, Valverde y Camavinga, los medios del Madrid pasaron inadvertidos. Al Madrid le falta luz en el centro del campo. A este Barça le sobra. Ingresaron en el segundo tiempo De Jong, que probablemente se encontrará más a gusto en la dinámica versión que propone Flick, y Dani Olmo, con un efecto aún más expansivo en el equipo. La aparición de Olmo resultó especialmente devastadora para el Real Madrid. Es un jugadorazo.

Todo indica que regresa una gran edición del Barça, integrado por una amplia mayoría de jóvenes, todos desconocidos hace un año, entre ellos Casadó, que sabe latín con la pelota y es un ninja sin ella. Difícil que falte en la próxima convocatoria de la Selección. Igual de difícil es el inminente periodo que espera al Madrid. Tiene al Balón de Oro (Vinicius) en sus filas, a otro en el podio (Bellingham) y al que se considera mejor futbolista del planeta (Mbappé), pero esta temporada deja mucho que desear como equipo.

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