Sin luz ni dentadura

El Madrid pasó por Anfield, saludó y se fue. No dejó la menor huella en el famoso estadio, mitificado como pocos en el planeta fútbol. Estadio, por otra parte, que Xabi Alonso conoce perfectamente. Jugó cinco años y sabe las ondas que producen las tribunas. Hace un año, el Madrid se sintió empequeñecido por el vigor del Liverpool y la electricidad de Anfield. Era un Liverpool imperial en la Premier y galopante en la Champions League. Aquel Madrid confirmó allí las sospechas sobre su rendimiento. Hasta Mbappé, que falló un penalti, quedó señalado. ¿Hasta qué punto ocurre lo mismo ahora?

Su deficiente partido remite al de hace un año, pero la realidad es diferente. Apenas un mes antes, el Barça había destruido al Madrid con cuatro goles en el Bernabéu. Mbappé trataba de ubicarse no sólo en el campo, sino en las normas no escritas del equipo, un aterrizaje con más problemas de lo previsto, posiblemente acentuados por el año de más que se concedió en el PSG. Al madridismo no le gustó aquella decisión. Mbappé resolvió la situación con la inteligencia que le caracteriza. Dejó que el tiempo y los goles se pusieran de su parte.

Entre las muchas sorpresas negativas que esta vez produjo el Madrid en Anfield, la escasa influencia de Mbappé en el partido fue una de ellas. En la segunda parte se elevó sobre el resto del equipo, sin éxito en su esfuerzo. Fue el síntoma más evidente de la mediocre respuesta del Madrid frente a un buen, pero no extraordinario, Liverpool, derrotado en seis de los ocho partidos precedentes, víctima entre otras razones de las expectativas que habían generado sus fichajes -Isak y Wirtz, los más acreditados- y el dineral gastado. No acaban de funcionar, Salah ha perdido medio paso y el traspaso de Luis Díaz al Bayern ha privado al equipo de un delantero perfecto para el equipo donde juegue.

Sin vigor, ni dentadura -Mamarshdarsvili sólo fue exigido en la elegante ocasión que se autogeneró Bellingham en el primer tiempo-, el Madrid revirtió totalmente la actuación que tanto se ponderó en el Clásico. Si entonces todos los jugadores estuvieron en una buena o excelente versión, en Anfield sólo Courtois, Militao y Álvaro Carreras mantuvieron el tipo. El portero belga demostró, por enésima vez, que figura por derecho entre los jugadores más importantes en la historia del Real Madrid.

Fue la clase de derrota que no es humillante, ni nada que lo parezca, pero que invita a la tristeza de la hinchada. De las que deshincha el globo y coloca al Madrid de nuevo en la casilla de salida, al menos en la percepción subjetiva que alimentó el partido. Sin embargo, no tiene la trascendencia de la derrota del pasado año. El Madrid ha ganado 13 de 15 partidos (10 en el campeonato español, tres en la Liga de Campeones) y trata de ajustarse al mandato de un nuevo entrenador y la llegada de jugadores muy jóvenes. Huijsen es el más representativo por lo que significa de inconsistencia: grandes cualidades mezcladas con malas decisiones y poca agresividad en algunas ocasiones.

La incógnita permanece sin resolverse en el medio campo. Camavinga fracasó en Anfield. Se sobrevaloró su actuación en la banda derecha contra el Barça. Cumplió su cometido persiguiendo a Balde, sin más. No le faltan condiciones, aunque es disperso y ofrece muy pocas garantías como distribuidor.

El Madrid ha perdido sucesivamente a Kroos y Modric. Lleva muchos años sin atender a una zona crucial del equipo. Ficha defensas, muchos delanteros y centrocampistas con más físico que ingenio. Por eso Alonso trata de reconvertir a Güler (20 años, mediapunta por naturaleza) en el jugador que instale la luz en el juego. Es una apuesta motivada y probablemente necesaria porque, una vez más, el club no ha arreglado un problema que viene de lejos.

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