Sacar a Lamine del campo
Sin ánimo de polemizar con nadie en concreto, o no más de lo justo y necesario, lee y escucha uno algunas opiniones estos días en las que, poco menos, se acaba concluyendo que fueron Hansi Flick y su cuerpo técnico quienes lesionaron a Lamine Yamal el pasado domingo. Se dice que fue una irresponsabilidad devolverlo al campo, que todo puede ser, pero se habla menos, si es que llega a considerarse, de la dureza en la entrada sobre la estrella azulgrana, lo que empieza a ser una constante en lo que va de temporada, que es casi como referirse al grueso total de su carrera.
El camerunés Yvan Neyou tiene la veteranía suficiente para saber cómo se intimida, desde tiempos inmemoriales, a esos futbolistas que lo vuelven a uno loco con tanto regate y tanto recorte. Con cierta nobleza, pues se sobreentiende que nadie pretende lesionar a un compañero, menos aún de gravedad, pero sacar a la estrella rival del partido a base de marcar territorio, no ceder un centímetro de espacio ni escatimar un solo julio de energía en cada balón disputado, es tan viejo como el propio fútbol: no hagamos ahora, terminando el año 2024, como que no lo sabemos, como que este tipo de tretas ya no se estilan. Así lo advirtió el seleccionador De la Fuente cuando le preguntaron sobre el asunto hace apenas unos meses: que no espere Lamine Yamal caricias ni besos de los contrarios. Lo que tampoco parece de recibo es poner el foco de la indignación sobre la posterior decisión del jugador, el médico y el entrenador de turno.
Tan diferencial es Lamine, tan arrollador en su juego, que debemos acostumbrarnos a escenarios parecidos en el tiempo que le quede de carrera que, esperemos, sea mucho. Día sí y día también le van a golpear con toda la dureza que los árbitros estén dispuestos a permitir y comienza a afianzarse cierta impresión de que el umbral de tolerancia se está fijando en un nivel alto, muy alto, quizá demasiado alto. Y se le podrá pedir a Lamine que aguante, que son cosas del fútbol, lo que no se puede consentir al resto del mundo, y aún menos a los árbitros, es que miren para otro lado.
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