Pablo Laso, el maestro que recuperó la grandeza
Pocos son los elegidos que saben cada día cuando se levantan y cada noche cuando se acuestan que han engrandecido la historia de su club. Y aún muchos menos los que pueden decir con la cabeza bien alta, y sin temor a equivocarse y a ser cuestionados por tal afirmación, que han grabado a fuego su nombre en una institución tan colosal como la del Real Madrid. Pablo Laso es uno de esos pocos elegidos, una opción secundaria, de emergencia en aquel ya lejano verano de 2011, que reflotó una sección que navegaba a la deriva y sin capitán desde la salida de Lolo Sainz en 1989, el reemplazó del mítico (y recientemente fallecido) Pedro Ferrándiz, el tercer rostro del Monte Rushmore del banquillo blanco.
Y no solo por sus títulos, 22 (los mismos que Sainz, a cinco de Ferrándiz) en 33 finales de 44 campeonatos; y récords, 860 partidos dirigidos al Madrid con 659 victorias, que es mucho, lo primario en el mundo del deporte, sino también por ese estilo de baloncesto rápido, atractivo, letal que reenganchó a una afición que se había alejado de la sección de baloncesto y que alucinaba y disfrutaba con los Sergios, Carroll, Rudy y compañía en un Palacio que colgaba como en los buenos tiempos, partido sí y partido también, el cartel de no hay billete. Y por esa capacidad de adaptación que le obligó el paso del tiempo, el empuje de niños prodigios como Doncic y el aterrizaje de colosos como Tavares. Que el Madrid sea grande otra vez es gracias a él.