No fue un final de película
“Nadal había dicho en la previa que no creía en los finales de película. No lo ha tenido. Pero su carrera sí lo fue”. Así terminaba mi última columna, una vez confirmada la retirada de Rafael Nadal tras la derrota de España ante Holanda en la Copa Davis. Y ahí quiero retomar la de hoy, porque, efectivamente, el final de Nadal no solo no fue de película, sino que resultó un final feo. Un día después, las imágenes de la última presencia de Rafa sobre una pista de tenis nos llegan alejadas de su grandeza. ¡Qué diferencia con el homenaje que recibió Roger Federer en la Laver Cup rodeado de sus grandes rivales!
No acompañó al lucimiento la incertidumbre de desconocer si su adiós se iba a producir el martes, el viernes o el domingo. De hecho, ha trascendido que el fin de semana estaba prevista la visita de algunos nombres relevantes de su carrera y de su vida. No acompañó tampoco la nocturnidad, a medianoche, que podría haber sido incluso peor, bien entrada la madrugada, si cualquiera de los tres partidos se hubiera disparado al tercer set, algo asiduo en este deporte. Si a eso añadimos que no había televisión en abierto, o que el ambiente era de decepción por la reciente eliminación, en la cazuela se cocina un cierre sin los ingredientes que merecía el adiós de uno de los mejores deportistas de la historia.
¿No se podía haber trasladado el tributo a otro día? ¿O no se podía haber organizado un evento específico fuera del contexto de la Davis? Porque esa es otra. La despedida de Rafa eclipsó que detrás había también una competición, de la que España salió por la puerta de atrás, antes de los esperado. Y más todavía: es inevitable pensar que el adiós de Nadal también condicionó su elección como número dos de la Selección en lugar de Roberto Bautista. No fue un final de película, no. Fue un final feo. Menos mal que su trayectoria sí ha sido de dibujos animados. Y eso es lo que quedará para siempre.