Nadal y el mérito de la normalidad
Si existiera un ranking de ‘selfies’ con aficionados, seguro que arrasaba Nadal, el más extraordinario de los hombres normales.
En este mundo en que todo se mide, hay rankings para cualquier cosa. De alcance en redes, de ganancias, de títulos, de puntos... pero no creo que se haya elaborado nunca uno de deportistas con más fotos realizadas con seguidores. Apuesto a que ahí arrasaría Rafa Nadal, porque nunca le vi negar a nadie una. Las últimas (unas cuantas sin rechistar, con buena cara y hasta con un ‘gracias’) en la última gala de AS. Gente que le pide un selfie con temblor en las piernas, con la voz entrecortada, con los ojos muy abiertos... Gente, aficionada al tenis o no, que alguna vez en su vida ha gritado el “¡Vamos!”, exaltada y feliz después de alguna nadalada. El gol de Iniesta en Sudáfrica fue uno e inmenso. Los títulos de Grand Slam de Rafa en Australia, Roland Garros, Wimbledon o el US Open, 22. Estallidos de felicidad para un país, al igual que con sus fogonazos en la Copa Davis o sus medallas en los Juegos Olímpicos. Lo dijo una vez Boris Becker cuando se le instó a que eligiera entre Rafa, Djokovic y Federer: “Nadal es el más carismático. Gente a la que no necesariamente le gusta el tenis ama a Nadal”.
Por ese mundo ha transitado con los pies en el suelo, sin estridencias, Nadal. Un mundo que define como “irreal y pasajero” y que siempre supo que tenía una fecha de caducidad. Ahora, ha vuelto a un Manacor que nunca abandonó, a las raíces que le mantuvieron conectado con la realidad. A él, al más extraordinario de los hombres normales. Tiene mérito.
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