Nadal de nuestras vidas
Se va Rafa Nadal y algo de nosotros, de todos, se marcha con él. Porque desde la Davis de Brno en 2004, donde debutó y se coló por primera vez en nuestra cabeza con su desparpajo, hasta su adiós en Málaga han pasado 20 años. Tanto tiempo, que el mundo es distinto. Su primer triunfo en Roland Garros 2005 no corrió por X, Instagram o Whatsapp, porque ni siquiera existían. Tampoco había móviles inteligentes. Cristiano y Messi aún no tenían balones de oro. Ni la Selección ni Fernando Alonso eran campeones del mundo. En la tele veíamos Perdidos o Aída. Han pasado tres Papas. Tres presidentes de Gobierno en España. Bush, Obama, Trump por dos veces y Biden en EE UU... Y ahí seguía Rafa ganando Grand Slams, regalando emociones, luchando contra imposibles.
Nos hemos casado (o separado), criado hijos, despedido a seres queridos, superado una pandemia y de fondo siempre sonaba un nombre: Nadal. “Estás hecho un Nadal”, le hemos dicho a alguien cuando superaba un reto. “¡Nadal, presidente!”, reclamaban algunos cuando se hartaban de la clase política, pidiendo un sentido común del que siempre ha hecho gala. En las encuestas, siempre era el famoso elegido para irse de cañas. Ha seguido pagando sus impuestos en España, frente a tanto deportista que se ha trasladado a Montecarlo, Suiza o Andorra. Todo en su carrera ha tenido coherencia dentro y fuera de las pistas. Sólo nos ha descolocado su acuerdo para promocionar Arabia Saudí, pero antes que él llegaron el Dakar, la Fórmula 1, Jon Rahm, el desembarco del fútbol, empresas de todo el mundo que hacen sus negocios allí o hasta prestigiosos profesores universitarios. Con Nadal hemos vivido, hemos crecido, hemos soñado, hemos aprendido. Y, sobre todo, hemos disfrutado.
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