Mbappé pudo, Lamine quiso, Dembélé supo
El Balón de Oro de Dembélé es el Balón de Oro de Luis Enrique. Pensar que el Mosquito pudiera ser nombrado algún día el mejor jugador del mundo era poco menos que una utopía.
El Balón de Oro de Dembélé es el Balón de Oro de Luis Enrique. Pensar que el Mosquito pudiera ser nombrado algún día el mejor jugador del mundo era poco menos que una utopía. Que levante la mano aquél al que no desesperase el Ousmane del Barcelona. Ese tipo que iba de lesión en lesión, de mofa en mofa. El que se pasaba las noches enteras jugando a la videoconsola. El que se casó sin invitar a nadie de la plantilla porque no sabían que tuviera pareja. El que siempre decidía mal sobre el campo.
Un loco así necesitaba otro loco que creyera en él como ha hecho Luis Enrique. El asturiano se empecinó en su fichaje y le soportó sus cada vez menos frecuentes excentricidades. Llegó a apartarlo por indisciplina en un encuentro vital de Champions y le puso contra la espada y la pared. La respuesta competitiva de Dembélé fue gigante.
En una posición de 9 que potencia su incansable capacidad para la presión, dio un paso al frente en todos los sentidos. Marcó más goles que nunca y ayudó a Luis Enrique a construir el PSG que quería, el que sin Mbappé parecía imposible. La transformación fue insólita. Un Balón de Oro con el que frenar el impulso natural de Lamine Yamal. El joven diamante culé deberá esperar. No le toca aún. Esta vez hay que encumbrar la obra maestra del PSG, de Lucho y de su estrella, Dembélé. Le pese a quien le pese. Le duela a quien le duela.
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