Magistral Vinicius, irresponsable Vinicius

Fuera de las indecencias de las que son responsables otros, a Vinicius le corresponde examinar lo irresponsable de su comportamiento en muchas de sus actuaciones. Esta vez ocurrió en El Sadar, donde empañó su magistral partido con una virulenta y burlona protesta al árbitro, que le amonestó con la amarilla de rigor. La roja apareció en el horizonte porque a Vinicius se lo llevaban los demonios y parecía incapaz de contenerse. Finalmente desactivó su modo ebullición y evitó nuevos problemas, pero no jugará el próximo partido de Liga, frente al Athletic.

Ni Martínez Munuera, árbitro del Osasuna-Real Madrid, ni Orban, el central del RB Leipzig que hace dos semanas sufrió una desaforada respuesta de Vinicius en el Bernabéu, pertenecen a la masa de impresentables que le insultan en las gradas, vejaciones preocupantes que obligan a iniciativas como la del último fin de semana, donde todos los equipos de la Liga salieron con una camiseta multicolor para expresar el repudio al racismo.

En El Sadar, Vinicius llevó sus cuitas con el árbitro a un nivel grotesco, indefendible. Lo repite cada vez con más frecuencia, más irritación y gestos más despectivos. Se coloca en situaciones que bordean la respuesta fulminante de los árbitros, trastorna al equipo, que teme las consecuencias de su comportamiento, y empaña su impresionante rendimiento.

Vinicius es un delantero sensacional que cada vez admite menos rivales entre los jerarcas del fútbol. Figura, sin la menor duda, entre los cuatro o cinco mejores futbolistas del mundo. Juega con uno de ellos, Bellingham, en el Real Madrid y otro, Kylian Mbappé, les acompañará la próxima temporada. Todo indica que Vinicius tiene la voluntad de alcanzarlos, de la misma manera que ha conseguido el estatus de superestrella, rompiendo prejuicios a golpe de esfuerzo, férrea voluntad y grandes partidos.

Frente a Osasuna, un equipo que tradicionalmente le genera muchas dificultades al Madrid, no jugó Bellingham, pero su ausencia pasó inadvertida porque Vinicius jugó como los dioses. Marcó dos goles que definen sus registros actuales. En el primero, olfateó el error de Catena, le rebañó la pelota con fiereza, aceleró como un cohete y superó al portero con una facilidad pasmosa. Intensidad, astucia, velocidad y gol: Vinicius. En el segundo, decisión, potencia, habilidad, cintura de goma y asombrosa delicadeza en la definición: Vinicius, esta vez con el perfume de Romario en la solución.

Fue tan clamorosa su exhibición que apagó un poco el partidazo del Madrid, especialmente en el segundo tiempo. El equipo venía de marcar cuatro goles al Celta, los mismos que marcó en El Sadar, pero con un fútbol de más vuelo y vibración. Un día después de saber que el Manchester City será su adversario en los cuartos de final de la Liga de Campeones, el Madrid desplegó sus mejores cualidades. Impresionó en un momento crucial de la temporada, pero nadie impresionó tanto como Vinicius.

Llegó un momento del segundo tiempo donde el delantero brasileño jugó tan arrebatado que pareció entrar en estado de trance, como si nada, ni nadie, pudiera detenerle. El abrazo final que recibió de Ancelotti dijo todo de su fabuloso partido. Fue un abrazo largo, emotivo, lleno de admiración por su jugador, un momento para recordar, ensombrecido por la parte que Vinicius no logra controlar: su desajustado grado de combustión.

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