Luis Enrique acumula nostálgicos

El deseado. Mientras en Madrid los ojos se marcharon a Mbappé por motivos obvios el pasado martes en Donosti, la mirada del 1-2 del PSG fue distinta en Barcelona. En estos días de búsqueda de entrenador, Luis Enrique es un personaje que pese a su capacidad, pretendida por él mismo si se siente amenazado, para mantener alto el listón de la tensión, acumula nostálgicos. Nostálgicos del último triplete, de su personalidad para mantenerse firme ante grandes estrellas. Nostálgicos de su método, disciplina física y agilidad táctica. La que le permitió, por ejemplo, convencer a Dembélé de que, sin ser su mejor virtud, desnudase entre líneas el entramado defensivo de la Real. El Barça ya ha pensado un par de veces en su regreso. La primera, cuando la era Valverde tocaba su fin. El técnico había decidido cesar su actividad profesional con la Selección por asuntos personales y nadie se atrevió a llamarlo. Laporta también lo ha tenido en mente desde que volvió a la presidencia, pero los tiempos no han coincidido. Para cuando Koeman fue destituido, el asturiano estaba en pleno camino al Mundial de Qatar. La SER desveló esta semana que es el entrenador preferido de Deco. En eso, coincide con Laporta. Luis Enrique es un entrenador audaz, perfeccionista y, a sus 53 años y en forma, todavía con la gasolina y el hambre necesarios como para terminar de hacer crecer a chavales como Pedri, Gavi y Balde (a los tres los hizo debutar en la Selección), Cubarsí o Lamine.

El freno. El PSG ya ha demostrado ser un mal compañero de viaje cuando se le quiere tocar algo que aprecia y, en este caso, Al Khelaifi ha encontrado al fin un entrenador que no se ha arrugado con su vedette y está sabiendo cultivar una cultura de esfuerzo y equipo, algo insólito en el PSG del emirato. Aunque Laporta va con todo, las opciones de que Luis Enrique regrese son mínimas. El exseleccionador suele respetar sus contratos, se le ve cómodo en el puesto; y, en caso de que alguien le tocase la fibra sensible, encontraría una resistencia feroz en París donde, además, se da por hecho que seguirá. El partido del martes, sin embargo, le devolvió a Laporta sentimientos a flor de piel. Sabe que con la elección del entrenador se juega las pocas opciones que tiene de ser reelegido en 2026. De Zerbi, Motta o Flick le dicen muy poco a una afición que ha soplado las velas del tercer año de su segundo mandato decepcionada con una gestión que le dejó sin el final de Messi y todavía no le ha traído el fin de la “degradación de una etapa gloriosa” que prometió hace tres años.

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