Lo que no se vio
De las arenas movedizas uno no sale agitándose y moviéndose en todas direcciones, presa del pánico, sino con gestos certeros.
No todos los partidos son iguales y no todas las derrotas se parecen. Un derbi, y más aún cuando acaba en goleada, deja huella distinta: cicatriz de orgullo y herida de vestuario. El Madrid salió del Metropolitano con mucho más que tres puntos menos. Salió con dudas, con viejos fantasmas y con la sensación de haber regresado a la casilla de salida. Pero lo más inquietante fue todo lo que no se vio.
No se vio rastro de esa presión que tanto necesita el Madrid: ese latido colectivo que precipita al rival y convierte a once futbolistas en un bloque, no en una suma de nombres. No se vio un centro del campo capaz de sostener al equipo; Bellingham vagó en tierra de nadie, falto de ritmo y desubicado. No se vio a Valverde, sumido tal vez en su peor bache de rendimiento desde que viste de blanco; intrascendente, encorsetado, sin ese vuelo de lado a lado que tantas veces fue solución. Al principio pareció un desacople momentáneo con Alexander-Arnold; ahora da la impresión de que hay algo más profundo: agotamiento tras un año de ser el chico para todo, roles poco claros o una idea de juego que todavía no termina de casar con sus virtudes.
No se vio tampoco la entereza defensiva de noches anteriores: Álvaro Carreras y Dean Huijsen parecieron flanes en duelos que exigían carácter y orden. No se vio al Aurélien Tchouameni de las muchas pequeñas buenas decisiones; volvió a perder protagonismo y a salir en la foto del gol. Ni siquiera se vio al Tibu Courtois de los milagros cotidianos.
No se vio un plan, un orden, una estructura para lograr mantener el equilibrio. Ni colmillo ni serenidad. Ni heroica, ni orgullo, ni toque a rebato. Tan solo se vio a un equipo perdido en la selva del Metropolitano sostenido por los fogonazos en la oscuridad de Mbappé, Vinicius y Arda Güler.
Y, sin embargo, hay que decirlo con claridad: lo que no se ve no siempre es lo que no existe. A veces la ausencia es provisional. El margen entre recomponer y hundirse suele ser pequeño: una instrucción clara en el vestuario, un cambio de funciones para liberar a un jugador, devolver al equipo ese pulso de presión o un golpe de personalidad en forma de ajuste táctico ahora que Dani Carvajal se ha lesionado. Basta tocar poco para cambiar mucho. De las arenas movedizas uno no sale agitándose y moviéndose en todas direcciones, presa del pánico, sino con gestos certeros.
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Pero mientras el Madrid de Xabi Alonso siga cayendo goleado ante rivales directos (Barça, PSG o Atlético de Madrid) será muy difícil que recupere la confianza en sí mismo, esa sonrisa de ganador que llevaba puesta al jugar los grandes días.
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