Las otras camisetas
Porque significa que hay esperanza en las culturas del fútbol, para la diversidad...
Cuando viajo, tengo la costumbre de comprar la camiseta de algún equipo local. Antes las adquiría para mí y ahora para mis hijos, pero siempre me ha encantado hacerme con una zamarra exótica que luego lucir en las calles de mi pueblo. Esto que parece sencillo, hubo un tiempo en que resultaba muy difícil. Desde comienzos de este siglo hasta hace no mucho, en las tiendas y en los puestos callejeros de casi cualquier ciudad se encontraban prácticamente las mismas camisetas. Bajo las zamarras de los equipos de siempre (Madrid, Barcelona, Milán, Liverpool, Manchester) resultaba casi imposible dar con la del club local. Qué paradoja: era más fácil comprar la camiseta de un gigante lejano que la del equipo de la ciudad en la que uno estaba.
La globalización también hizo sus estragos en el fútbol. A comienzos de siglo, una ola homogeneizadora amenazó las diferentes culturas futboleras y los clubes locales tuvieron que medirse a una competencia que venía de lejos: las grandes marcas. Igual que las cafeterías de siempre competían de pronto con Starbucks, los restaurantes caseros con las cadenas de comida rápida y las tiendas de barrio con los supermercados que crecían en las afueras, los clubes modestos chocaban con la presencia desbordante de los megaclubes. En ese contexto, por más que uno viajara buscando lo exótico, solo encontraba lo mismo en todas partes.
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Hoy esa uniformidad se mantiene gran parte. El mercado global sigue existiendo. Pero también es cierto que en los últimos años ha surgido una reacción comunitaria. No son pocos los hinchas que han dado la espalda a lo global para volver la vista hacia lo local. Lo pensé este verano, caminando de noche por el paseo marítimo del pueblo donde veraneo, al ver que los vendedores ambulantes ofrecían no solo camisetas de los grandes de Champions, sino también de equipos modestos, incluso de divisiones inferiores. Si esas camisetas falsas estaban allí, era porque hay un mercado que lo demanda. También lo confirmé al cruzarme en varias ciudades con jóvenes que vestían con orgullo los colores de clubes que llevan décadas sin pisar la primera división de sus países. Y lo confieso: me alegró. Porque significa que hay esperanza para las culturas del fútbol, para la diversidad, para la diferencia.
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