Lamine, del genio al ‘sobrao’

Diferentes. Nadie en 20 años de carrera evita soltar un borrón y hasta Messi los tuvo, desde aquel iracundo pelotazo a la grada del Bernabéu hasta el famoso “anda pa’ allá bobo” a Weghorst en el túnel de vestuarios durante el Mundial. Pero Messi era Messi. Infundía más respeto por lo que hacía en el campo que por lo que decía fuera. Un tipo de vida sencilla que necesitaba las dos horas de partido del fin de semana para que la adrenalina corriera por sus venas. El Bernabéu lo sintió siempre así: un rival del que preocuparse 90 minutos, no toda una semana. Ahora ha irrumpido Lamine, la antítesis de Leo, el genio sin filtros. El sobrao.

Tensión. Luego culpan los clubes al periodismo, pero, lejos de los medios tradicionales, la estrella del Barça se pasó los días previos al Clásico en casa de un streamer dejando titulares ofensivos contra el Madrid y dando la sensación de que le preocupaba todo menos el partido del Bernabéu. Quizá sea la forma de actuar de quien aún tiene 18 años. Lo mismo es el lenguaje de esa nueva generación que cuanto más irreverente es, más lejos parece llegar. Probablemente dirán que es la manera de actuar en el barrio, ese reducto excluyente para el resto mediante el que se justifican algunas actitudes que no son distintas, sino inapropiadas.

Ejemplos. Porque, volviendo a con quien tanto se compara a Lamine, Messi también nació en un barrio y nunca nadie se escudó en ello para justificar actitudes altisonantes suyas; Messi también tuvo 18 años y jamás eso fue argumento para salvarle de alguna metedura de pata; Messi también portó muy pronto el 10 del Barça y sin embargo no se autoimpuso coronas ni fue noticia por fiestas de cumpleaños frikis o un padre de los que conduce poco a poco al fango. Un futbolista así, único, espectacular, carne de Balón de Oro, necesita hacer ruido sobre el césped, no fuera. Como le advirtió Rodri en París. Como era Messi. Como debe ser su camino.

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