Opinión

La perpetua noche buena del Espanyol

El Espanyol de Manolo sabe ganar porque ha sabido sufrir y porque está sabiendo disfrutar. No son casualidad sino causalidad el quinto puesto, los 33 puntos, su magia.

RCDE
Llegó al Diario AS como estudiante en prácticas en 2002, y desde que se licenció en Periodismo por Blanquerna, de la Universitat Ramon Llull, se ha especializado en la información del Espanyol, sobre el que también ha co-escrito libros, todo ello atendiendo al seguimiento de otros equipos, deportes y eventos desde la delegación de Barcelona.
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¿Dónde está la trampa? ¿En qué momento se echará todo al traste? El perico (y perica, claro), escarmentado de la vida -sobre todo, en estos últimos años-, recela incluso cuando, por una vez, todo parece ir de fábula. Hasta hoy. Este impresionante colofón de un 2025 memorable, con una noche buena, de emociones fuertes en La Catedral en vísperas casi de la Misa del Gallo, tiene que servir para transformar la mentalidad, ya ambiciosa, ganadora, de Manolo González y sus fieles, unos jugadores que se dejan deportivamente la vida por las consignas de su entrenador y por un club que al fin merecía celebraciones donde antes solo había disgustos.

Ya no es casualidad, sino causalidad, que el Espanyol venza incluso ante las mayores adversidades, remontando en la primera jornada ante el Atlético de Madrid o en la última del año en el fortín del Athletic Club. Que no dé por perdido ni un balón, que se organice, se arremangue, luche y que enganche con su juego y, encima, con sus resultados. Que provoque con sus actos que la moneda caiga en la cara donde antes siempre era cruz. El Espanyol sabe ganar porque ha sabido sufrir y porque está sabiendo disfrutar. Parece simple, pero es tan complejo que llevaba muchísimo tiempo sin suceder.

Quinto, con 33 puntos en 17 jornadas, cinco victorias consecutivas por primera vez en este siglo y un derbi ante el Barcelona a la vuelta de hoja del calendario, el 3 de enero, lo de Mágico Espanyol ha pasado de ‘claim’ a irrefutable realidad. Y la magia no se cuestiona, se abraza, lleve hacia Europa o, sencillamente, a un insuperable orgullo de pertenencia. A sentir felicidad.

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