La lluvia y el golpe de vista
Ver llover sobre Barcelona levanta el ánimo, aunque estés mil kilómetros al oeste y sufriendo las de Noé desde hace días. No debía de haber muchos nazarenos en la grada porque las caras bajo las capuchas eran de alegría. “¡Por fin!”, se podía leer en algunos labios. Tras la lluvia llegó la riada azulgrana, engrasada la máquina para las jornadas que se avecinan. Por dentro y por fuera cada ataque era un ‘gol-pe de vista’ que se decía en los setenta, como el del remate de Lewandowski con el hombro que acabó en el larguero, epítome de la primera parte. Muchas llegadas, muchas ocasiones, cero goles. La expulsión del guardameta canario por doble motivo (por ser el último y por la entrada en sí misma) obligó a los visitantes a achicar la tromba de agua que se les venía encima, aunque San Pedro cerró pronto la cañería. Una pena.
Tras el descanso, la misma función hasta que João Félix golpeó como con un hierro para salvar un búnker y Raphinha por fin rompió el maleficio, aunque solo en parte. Si el primer tiempo se resume en el fallo del ariete polaco, el corolario de la segunda fue el no gol del portugués. O si lo prefieren un nuevo ‘gol-pe de vista’ ante lo que parecía la sentencia. Como no lo hizo, hubo que sufrir hasta el último bombeo canario, es nuestro sino. Pitó el árbitro y miramos al cielo. A rezar para que siga lloviendo, y ya de paso a ponerle una vela a San Mamés.