La imagen eterna de Nadal

La entrañable carta de Roger Federer nos refrescó por la mañana que el 19 de noviembre de 2024 iba a ser una fecha especial. Quizá, el último día de Rafa Nadal en una cancha de tenis. Como así fue. La portada de AS ya ofrecía una pista: ‘Último baile’. El balear podía decir adiós en el estreno de España ante Holanda. O el viernes en semifinales. O el domingo en la final. La mecha de la traca estaba encendida. Solo era cuestión de días o de horas. Y explotó en la primera oportunidad. Antes de lo que nos hubiera gustado. El mensaje de Federer era una carta de amor, que hubiéramos firmado todos. Dos contendientes que han rivalizado hasta el agotamiento, o que han llorado juntos. Ninguno de los dos se entiende sin la figura contrapuesta del otro. Dice Roger que gracias a Rafa ha aprendido a “disfrutar aún más del tenis”. Los demás, también. Los dos se hicieron más grandes con la oposición del otro.

Hay muchas cosas que elogiar en la dilatada trayectoria de Nadal, pero el punto que hace especial su eclosión fue precisamente su pulso con Federer. Cuando el español emergió en 2005, nadie osaba discutir el reinado del suizo, hasta que aquel jovenzuelo sin mangas, como revela el propio Roger, no solo se atrevió a retarle, sino también a tumbarle. Nadal acaba su andadura con un balance favorable frente a Federer: 24-16. Es más, el español fue capaz de doblegarle en su jardín de Wimbledon, mientras que el suizo nunca le superó en su tierra de Roland Garros. Ha pasado ya un tiempo de aquello, y este Rafa que hemos visto durante la última temporada, en los Juegos Olímpicos y en otros escenarios, o incluso en la presente Copa Davis, no se parece en nada al del entonces. Es normal. La edad no perdona a nadie. Y lanza señales irrebatibles. Pero no vamos a quedarnos con su última imagen, ni mucho menos, sino con tantísimas gestas que nos hicieron soñar. Los campeones de esta dimensión pueden retirarse, pero no mueren nunca. Son eternos.

Ha pasado ya bastante tiempo de aquello, y este Rafa que hemos visto durante la última temporada, en los Juegos Olímpicos y en otros escenarios, o incluso en su única actuación en la presente Copa Davis, no se parece en nada al de entonces. Es normal. La edad no perdona a nadie. Y lanza señales irrebatibles. Pero no vamos a quedarnos con su última imagen, ni mucho menos, sino con tantísimas gestas que nos hicieron soñar. Los campeones de esta dimensión pueden retirarse, pero no mueren nunca. Son eternos. Nadal había dicho en la previa que no creía en los finales de película. No lo ha tenido. Pero su carrera sí lo fue.

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