Opinión

Israel a puerta cerrada

La casualidad ha destinado que exactamente un mes después del traumático final de la Vuelta a España hayan coincidido tres partidos europeos de baloncesto contra equipos de Israel en Tenerife, Manresa y Valencia.

Ramón de la Rocha
Subdirector de polideportivo. Ha desarrollado toda su carrera en AS desde 1991. Cubrió dos Juegos Olímpicos, siete Mundiales de ciclismo y uno de esquí, 12 veces el Tour y la Vuelta, seis el Giro… En 2007 fue nombrado jefe de Más Deporte, puesto que ocupó hasta 2017, cuando ascendió a subdirector en las áreas de Motor, Baloncesto y Más Deporte.
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La casualidad ha destinado que exactamente un mes después del traumático final de la Vuelta a España, que no pudo completar la última etapa en Madrid por la invasión de manifestantes propalestinos contra la presencia del Israel-Premier Tech, hayan coincidido tres partidos europeos de baloncesto contra equipos hebreos, entre el martes y el miércoles, en Tenerife, Manresa y Valencia. Hay circunstancias relevantes que han cambiado, como la apertura de un proceso de paz, una diferencia significativa, aunque el ambiente sigue caldeado por la crueldad a la que ha sido sometida la población de Gaza en los últimos dos años.

El riesgo de alteraciones de la seguridad, como ocurrieron en la Vuelta, ha provocado una medida excepcional a instancia del Gobierno: la celebración de los duelos a puerta cerrada. Los clubes han informado de esta decisión con comunicados que aclaraban que están obligados a jugar para no sufrir castigos disciplinarios. La misma justificación que escuchamos a la organización de la Vuelta: el imperativo legal. De poco les sirvió. Es verdad que existe esta obligación deportiva, siempre un agarradero para no arriesgar en las decisiones, pero también hay países como Turquía que han optado por no permitir la entrada a su territorio a los equipos de Israel. Una política de Estado que evita que la patata caliente se la coman entidades privadas regidas por regulaciones federativas.

La solución de jugar a puerta cerrada garantiza la seguridad, más allá de las protestas convocadas en los exteriores, pero no arregla el problema de fondo. Al contrario, concede una irónica ventaja competitiva al visitante. Si la Vuelta hubiera podido, también hubiera celebrado sus etapas a puerta cerrada, con idénticos argumentos. Pero la magia del ciclismo es también su vulnerabilidad: no se pueden techar 180 kilómetros al aire libre. Era un objetivo más fácil. Y más mediático.

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