Gil Manzano y el espíritu del nuevo fútbol
El espíritu del juego es un intangible que figura en la esencia del fútbol, que a diferencia de muchos otros deportes siempre ha sido un continente de fronteras más bien difusas, pero bien interiorizadas por jugadores, aficionados y, se supone, que por los árbitros. No por Gil Manzano, que actuó en Mestalla como un autómata, silbato en mano y ganas de dar la nota. Anuló la jugada que precedió al gol de Bellingham cuando el balón se dirigía a Brahim y el centro estaba más que cantado, una secuencia natural que el árbitro cortó y que nadie comprendió. No, desde luego, los jugadores del Real Madrid, que entraron en combustión y salieron del tumulto con un expulsado, Bellingham. Por lo que respecta a los jugadores del Valencia, quedaron tan convencidos de la validez del gol que no lograron evitar una visible frustración, después de los méritos adquiridos durante el partido. En las declaraciones posteriores al encuentro, Baraja y Hugo Duro se sinceraron y entendieron la irritación de los jugadores del Madrid.
Una manera de interpretar el alcance de la decisión de Gil Manzano es ponerse en el lugar del otro. Si la jugada hubiera ocurrido en el área contraria, la respuesta de los jugadores del Valencia y de su hinchada habría sido tan incandescente como la del Real Madrid, señal inequívoca del estupor que provocó Gil Manzano cuando confundió el fútbol con el baloncesto, donde el reloj marca pública y objetivamente si una canasta, en ocasiones decisiva en el resultado del encuentro, se ha producido en el margen del tiempo reglamentario.
En su voluntad de transformarse en un juego diferente al que hemos conocido, de americanizarse, el fútbol terminará por utilizar toda la panoplia de reglas y artefactos tecnológicos habituales en otros deportes, durante más de un siglo a la cola del fútbol en el ranking de aceptación popular y alcance global. El VAR se ha erigido en el elemento más significativo de ese ansioso intrusismo que se apodera día a día del fútbol.
Aunque un juego de naturaleza panorámica empieza a ser examinado al milímetro con un afán fiscalizador, todavía permanecen restos de la vieja cultura futbolística, márgenes difusos que se corresponden con las interpretaciones de toda la vida, esa parte no reglamentada pero aceptada que se denomina espíritu del juego, que es exactamente lo que Gil Manzano no entendió en una decisión que Ancelotti calificó de inédita. No lo es –en el Mundial de Argentina 78, el árbitro decretó el final del Suecia-Brasil (1-1) tras señalar un córner a favor de los brasileños y pitar cuando la pelota volaba a la cabeza de Zico, que marcó como Bellingham en Mestalla–, pero resulta tan infrecuente que exige bucear en los archivos históricos del fútbol para encontrar algo parecido.
El Madrid sale del partido con el discutido empate y sin Bellingham para el próximo partido. El equipo puede utilizar a Gil Manzano como excusa, pero el funcionamiento general fue deficiente en largos trechos del encuentro. La sucesión de errores en el primer tiempo se relacionó menos con los despistes de Valverde, Vinicius y Carvajal en los dos goles del Valencia que con la flojera general. El Madrid sufrió un claro episodio de hipotensión en el primer tiempo, medio arreglado por el gol de Vinicius en el último minuto antes del descanso.
Aunque tampoco fue primorosa la segunda parte, las decisiones de Ancelotti favorecieron una imagen más potable del Madrid. Retiró del campo a los que había que retirar y los que entraron mejoraron notablemente el rendimiento del equipo: Modric dio dinamismo, Brahim añadió habilidad y urgencia, Joselu inquietó a los centrales y Fran García jugó con el entusiasmo que le faltó a Mendy. En cualquier caso, fue una versión poco convincente del Madrid, al contrario que el Valencia, que ha encontrado en sus jóvenes la respuesta a casi todos los males que le han afectado en los últimos años.