En este Mundial ya ganó el Atlético
El 8 que esquivó a la IA. Azzedine Ounahi nació hace 22 años, en Casablanca. Y éste suyo de Qatar puede ser el comienzo de una gran carrera. De la inaudita aparición del centrocampista marroquí da mucha idea que hombres de fútbol como Luis Enrique o José Mourinho apenas pudieran reconocerle en su dorsal, “el número 8″. A secas. En este deporte/negocio cada vez más engullido por la Inteligencia Artificial, donde los ordenadores controlan hasta a infantiles que juegan en la última aldea de la Selva Amazónica, se intuía que iba a existir ya poca capacidad para la sorpresa. Pero Ounahi juega en la Ligue 1, con el Angers, un lugar donde convergen todas las carreteras de Europa y la fibra funciona a 1.000 megabits por segundo. ¿Cómo es que esa legión de ojeadores y sabihondos, que tanto pulula por las redes sociales, no nos habían avisado sobre la existencia de Azzedine?
Hijos de Simeone. Entre las rendijas de la dicotomía Messi-Mbappé se cuelan esta tarde en la final de Doha dos Correcaminos que saltan cada domingo a jugar juntos y en el mismo lugar. Cuatro años después de brillar en Rusia 2018 como la gran estrella Bleu (cuatro goles y cuatro asistencias entonces), Antoine Griezmann asume en Qatar un papel de gregario silencioso para el que habría que poner el microscopio de no aclararse que el Principito suma ya tres pases decisivos y un MVP, el de la semifinal ante Marruecos. A la sombra de Lio vive también Rodrigo de Paul, discutido como toda la albiceleste en el inicio del torneo, pero que ha acabado imponiéndose como corazón y carácter de la Argentina finalista. Los hijos del Cholo Simeone se redimen en la esperanza de que todo cambiará a mejor para cuando retornen Liga y Copa, las competiciones que le quedan al Atlético. ¿Francia o Argentina? Pase lo que pase, en este Mundial ya ha ganado un equipo, el del Metropolitano de Madrid.
Un nuevo Messias. Cuando el polaco Marciniak decrete hoy que el Mundial se terminó, por la megafonía de Lusail sonarán la cumbia o el tango, ese pensamiento triste que se baila. O quizá se escuchen los dos. Si gana la albiceleste, 36 años después del México-86 que entronizó a Maradona, Lionel Messi habrá cumplido con su destino. Y pasado mañana, cuando la fiesta haya consumido el amanecer a su paso por el Obelisco, Argentina se pondrá ya a buscar al nuevo Messias de una cuarta estrella. Otro genio-profeta que alimente el apasionado imaginario de un país al que sólo el fútbol, su selección, es capaz de poner de acuerdo por completo.